Este Blog es en homenaje a los que descansan en el Cementerio de Azul (Prov. de Buenos Aires, Argentina), que nos precedieron en el duro camino de la vida y que con su esfuerzo y dedicación contribuyeron a hacer grande a esta ciudad. Nació de la mano de Vicente Lencioni y hoy nos toca continuar su legado, siguiendo el principio que él se planteara al construir este sitio.
CEMENTERIO DE AZUL Homenaje a la majestuosidad de la muerte y a la síntesis histórica. La ciudad de Azul, provincia de Buenos Aires, Argentina, rinde homenaje a la majestuosidad de la muerte, con una imponente escultura hecha en 1938, por el arquitecto e ingeniero Francisco Salamone. Esta escultura representa un ángel flamígero con una espada en las manos. Como dijo alguien, pareciera que estuviera marcando la frontera entre la vida y la muerte; además esta representando para los creyentes la esperanza de la resurrección. Entrando ya al interior del Cementerio encontramos dos cenotafios que rinden homenaje a los muertos de los dos grandes partidos políticos cuya ideología la podemos considerar fundacional de la Argentina moderna. Uno es en homenaje a los muertos en la Revolución Radical, de 1890 y el otro es en homenaje al Teniente General Juan Domingo Perón y a su esposa María Eva Duarte. Es como si esta Ciudad Cervantina, de profundas raíces Pampas, en la que hace años se señoreaban los pueblos originarios, tierra en que tantos desencuentros se produjeran, quiere ser hoy la heredad de la síntesis unificadora de tantos años de desencuentros.



A los desaparecidos de toda la tierra, de todas las épocas por distintos motivos, quienes con su sacrificio han hecho posible que "la muerte le enseñe a los vivos" a soñar con un Mundo lleno de respeto por las ideas del otro.

(José Vicente Cuenca Phd Departamento de Antropología Universidad Nacional de Colombia Santa Fé de Bogotá, 1994)


miércoles, 30 de marzo de 2011

Comandante Matías Miñana











                     
                                         




nicho que guarda sus restos










Matías B. y Miñana

 

 

 

Por Eduardo Agüero Mielhuerry

 

 Ventura B. y Miñana, era un español que había llegado a las Provincias Unidas del Río de la Plata buscando la prosperidad económica que su pueblo, en la provincia de Soria, España, no le brindaba. Contrajo matrimonio con María Trinidad Ponce (natural de estas tierras), con quien tuvo cinco hijos: su primogénito Ventura, Matías, Pedro, Justo e Inocencio. Es posible que la pareja haya tenido otros hijos, pero no hay registros claros.

Inició su carrera como Maestro de Postas en Dolores. Luego intervino en el combate de “Las Vizcacheras” al mando de un grupo de indios, enfrentamiento en el que perdió la vida el coronel Federico Rauch.

Ascendido a coronel, Ventura Miñana integró la caravana fundadora del Fuerte San Serapio Mártir y luego marchó con la División Izquierda de la Expedición al Desierto de Juan Manuel de Rosas en 1833. Dos años después, merced a los servicios prestados en las filas rosistas, Ventura obtuvo algunas Suertes de Estancia en los pagos del Azul, a orillas del arroyo, a las cuales pronto pobló junto a su familia.

 

 

Un particular homenaje

 

 

            La Honorable Legislatura de la Provincia de Buenos Aires designó a Juan Manuel de Rosas como Gobernador, otorgándole el ejercicio de las “facultades extraordinarias” que él considerara indispensables para asegurar la paz interior, defender la Religión Católica y la Causa Nacional de la Federación, proclamada por los pueblos de la República.

            Como aconteció en la ciudad de Buenos Aires, también los habitantes de los pueblos, guardias y fortines de la campaña celebraron el acontecimiento.

            La mañana del 25 de septiembre de 1835 comenzó con el oficio de la solemne Misa. En el precario templo del Azul, sobre una silla “perfectamente adornada” fue colocado un retrato del general Juan Manuel de Rosas que había sido traído desde Tapalqué por el coronel Bernardo Echeverría y el cacique Catriel, acompañados ambos en la ocasión por una nutrida caravana de comerciantes, hacendados y vecinos de la zona, como así también caciques, capitanejos e indios amigos.

            Concluidos la Misa y el posterior Te Deum, el retrato de Rosas fue sacado del Templo y paseado en triunfo por las inmediaciones de la Plaza Mayor (o de las Carretas, otrora Colón, actual San Martín). El escuadrón del teniente coronel Capdevilla, montado en soberbios caballos, armado de larga lanza y vistiendo poncho, chiripá y gorro punzó, levantaba exclamaciones de admiración.

            Pasado el mediodía se sirvió una comida en la que reinó la más cordial camaradería.        No obstante lo sucedido, al día siguiente, reconocidas mujeres de la sociedad azuleña pasearon el retrato de Rosas sobre un carro triunfal por las calles del pueblo, avanzando entre sones musicales. Entre otras, sobresalían  María Trinidad Ponce de Miñana, Melchora Medina de Artalejo, Lorenza Almirón de Preciado y Sebastiana de Echeverría.

            Luego hubo un gran baile popular y entre tanto se pronunciaron encendidas arengas a favor del Gobernador y su esposa, doña Encarnación Ezcurra.

            La nota emotiva de los festejos estuvo dada por el discurso del cacique Juan Catriel.

            Los festejos federales del Azul mostraron a propios y ajenos su confianza en el “Restaurador de las Leyes”. Y los Miñana fueron leales protagonistas…

           

 

Una invasión feroz

 

 

Hacia finales de 1837 y comienzos del año siguiente, desde la cordillera, cubriendo con formidables escuadrones los senderos que conducían al río Agrio y del Neuquén, nutridas hordas de aborígenes arrasaron múltiples estancias de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe.

Los invasores arribaron con más de dos mil lanzas. Rosas, que tenía varios frentes de batalla abiertos por sus particulares políticas, no descuidaba las fronteras, sin embargo, la defensa de las mismas distaba mucho de ser eficaz.

Mientras los “voroganos” se retiraban con cien mil cabezas de ganado y muchos cautivos, fueron valientemente enfrentados por las tropas de la frontera, con las cuales sostuvieron frecuentes y desventurados combates, que los obligaron a abandonar buena parte del importante botín.

Esta invasión al Azul, mandada por el cacique Railef, tomó en cautiverio a decenas de mujeres. Pero no conformes, los indios también quemaron todo a su paso y arrearon hasta el último animal de las haciendas familiares, haciendo a su vez prisionero al coronel Ventura Miñana y doce soldados.

Miñana, que era un valiente jefe, en la ocasión propicia y durante la retirada de los bárbaros hacia Salinas Grandes, con dos soldados que lo acompañaban, jugó sus últimas barajas y con unos caballos de reserva logró fugarse heroicamente. Después de serias penurias, llegó al Fuerte San Serapio Mártir del Arroyo Azul y puso en conocimiento de las autoridades militares lo que había sucedido con sus compañeros.

Cuando Railef se retiraba hacia Chile con 100.000 cabezas de ganado, por orden de Rosas, Calfucurá lo atacó con 1.000 guerreros en Quintuco (cerca de Loncopué en Neuquén), matando a Railef y a 500 guerreros.

 

 

Con la divisa rojo punzó

 

 

En el “Censo de Propietarios y Ganaderos” de julio de 1839, en el rubro “con capital en giro y hacienda”, Ventura Miñana figuraba entre los 172 integrantes de dicha nómina, marcando a las claras que el capital constituido por él era más que considerable.

El 1 de enero de 1840, el coronel Miñana se encontraba al frente del Escuadrón de Milicias del Fuerte Azul de San Serapio Mártir, el cual tenía como objetivo el “control del campo exterior de las Sierras”. El escuadrón estaba integrado por: los sargentos Juan Esteban Selís y Policarpo Luna; los cabos Pedro Ávalos y Juan Cosme Maidana; y los soldados Clemente Vivas, Cornelio Lazo, Pablo Gallardo, Remigio Pardo, Tiburcio Negrete, Gregorio Sallago, José Sánchez, Marcelino y Mariano Mallende, José Ponce, Manuel Antonio Guerreros, Mauricio y Anastasio Álvarez, Patricio Suárez, Pedro Ojeda y Gerardo Rodríguez.   

En ese mismo año falleció doña María Trinidad Ponce de Miñana.

Habiendo recibido en su momento ciertos “beneficios”  por parte del gobernador Juan Manuel de Rosas, en 1848, Ventura contribuyó con la contundente suma de mil pesos a la “causa federal”, en momentos de lucha contra el unitario uruguayo Fructuoso Rivera. Por entonces, Francia e Inglaterra  habían decidido adueñarse de la navegación en los ríos Paraná y Uruguay, de tal forma de dominar el comercio de mercaderías en el Río de la Plata y anular la voluntad de lucha de la Confederación Argentina, liderada por el brigadier general don Juan Manuel de Rosas, es así que entre agosto de 1845 y el mismo mes de 1848, las escuadras de aquellos países cerraron al comercio exterior todos los puertos de la Confederación Argentina y los de la República Oriental del Uruguay, con excepción del de Montevideo.

Cabe agregar y destacar que la contribución de Miñana fue la segunda en importancia dentro de la extensa nómina de “donantes”, lo cual marca a las claras su compromiso con el rosismo y su importante poder económico.

A pesar de que en muchas oportunidades las prioridades pasaron por los conflictos que enfrentaron a unitarios y federales, las fronteras continuaron siendo vulneradas en sucesivos malones de bravura variable. En uno de ellos la desgracia volvió a golpear a los Miñana, pues se llevaron a una parte importante de la familia cautiva y todos sus ganados. No obstante, a pesar de las dificultades, la Suerte continuó poblada y económicamente activa al igual que las linderas que también les pertenecían y asimismo fueron robadas y quemadas.

Más allá de la considerable fortuna que logró amasar, las adversidades que vivía permanentemente en la pampa bonaerense lo llevaron a dudar más de una vez sobre su futuro en estos pagos. Habiendo logrado una destacable reputación, don Ventura Miñana falleció hacia 1858, dejando a sus hijos un importante legado en campos y hacienda.

El 28 de octubre de 1858, con 19 años de edad, falleció Inocencio, el menor de los hermanos Miñana.

 

 

A pesar de todo…

 

 

Matías Barragán y Miñana fue un criollo aindiado, hijo del coronel Ventura Miñana y de doña María Trinidad Ponce, que nació en la ciudad de Buenos Aires, en el año 1833.

Llegó a los pagos del Azul, muy pequeño, junto a su familia. Por estas tierras fronterizas, complejas, de luchas permanentes, Matías fue curtiendo su carácter de manera particular, siendo, a pesar de todo, moderado al momento de hablar e implacable al actuar.

 

 

 

 

 

 

San Gregorio y el bautismo de fuego

 

 

La batalla de Caseros, que había terminado con el gobierno de Juan Manuel de Rosas, había sido ganada por una amplia alianza, en la que formaban parte los federales del Litoral, los unitarios del interior y de la ciudad de Buenos Aires, y apoyos externos. La organización subsiguiente, en consecuencia, debería surgir de alguna forma de entendimiento entre unitarios y federales. Además, existía un enfrentamiento latente entre los intereses de la provincia de Buenos Aires y las del interior.

Durante los meses que siguieron a la batalla, las provincias del interior llegaron a un amplio acuerdo con el general Justo José de Urquiza, a quien dieron el mando provisorio del país y encargaron organizar la Convención Nacional que debería sancionar la Constitución. En cambio, en Buenos Aires, una alianza de unitarios y ex rosistas se negaron a aceptar el acuerdo y rechazaron sus cláusulas en la Legislatura.

Alarmado por el retroceso institucional que esto significaba, el general Urquiza dio un golpe de Estado, disolvió la legislatura porteña, expulsando a los más notorios rebeldes, y asumió personalmente el gobierno. En los dos meses que siguieron, fueron electos y se reunieron en Santa Fe los miembros de la Convención.

Pero el 11 de septiembre de 1852, cuando Urquiza estaba en viaje hacia Santa Fe para inaugurar sus sesiones, los líderes unitarios derrocaron al gobernador delegado y rechazaron una vez más el Acuerdo. De hecho, se separaron del resto del país, iniciando lo que se llamó el Estado de Buenos Aires. Urquiza inauguró la Convención sin la presencia porteña.

Los porteños organizaron dos ejércitos: uno se estableció en San Nicolás, al mando del general Gregorio Paz. El otro ejército invadió Entre Ríos en noviembre, dividido en dos cuerpos, uno al mando de Juan Madariaga y el otro de Manuel Hornos. Pero la doble invasión fue derrotada por los entrerrianos.

El Comandante de Campaña, coronel Hilario Lagos, se pronunció contra el gobierno el 1 de diciembre. En pocos días, dominó los partidos del interior de la provincia y se dirigió sobre Buenos Aires.

A pesar de que las milicias urbanas, dirigidas por Bartolomé Mitre, evitaron que la ciudad fuera tomada en el primer asalto, las tropas de Lagos la rodearon con un cerco militar y, en menos de una semana, le impusieron un verdadero sitio.

El gobernador, Manuel Guillermo Pinto, se entrevistó con Mitre y con el coronel Pedro Rosas y Belgrano, el cual le aseguró que contaba con simpatías suficientes en los cantones de frontera sur con los indígenas, como para enfrentar a Lagos desde la retaguardia. El Gobernador envió a Rosas y Belgrano con unos pocos acompañantes al puerto del Tuyú y le prometió enviarle en unas semanas un importante refuerzo, especialmente de infantería.

Apenas desembarcado, Rosas y Belgrano convocó a los caciques indígenas para que cumplieran sus compromisos de un año antes, en que habían prometido defender a Buenos Aires de un ataque exterior. Reunió varios grupos dispersos, y marchó hasta Dolores, donde logró reunir unos 3.500 hombres y algo más de 1.000 indios. Pronto regresó hasta la costa del río Salado, a esperar la prometida expedición naval con armas y municiones, que nunca llegó. Se instaló cerca de la desembocadura del río, en el puesto de “San Gregorio”, donde apenas había un monte de talas y un rancho.

El jefe de la vanguardia del ejército de Lagos, Juan Francisco Olmos, reunió algunos hombres y se estacionó en la Laguna de Lastra, donde fue repentinamente atacado por las fuerzas de Ramos Mejía, forzándolo a retirarse en dirección a Chascomús, donde se unió al  ejército enviado por Lagos, que iba al mando del coronel Jerónimo Costa.

El “Combate de San Gregorio”, se desencadenó el 22 de enero de 1853.

Al llegar frente al ejército enemigo, Costa puso a sus tropas al mando del general Paz, jefe de su estado mayor. Por su parte, Rosas y Belgrano delegó el mando de las suyas en el coronel Faustino Velazco, recién incorporado al ejército porteño.

Las tropas de ambos ejércitos formaron en la ubicación tradicional, con sus alas de caballería y su centro de infantería y artillería. Sin embargo, antes de terminar de ubicarse, los indígenas del ejército de Rosas y Belgrano conferenciaron con los indios que venían en el ejército federal; y, de común acuerdo, todos abandonaron el campo de batalla.

Con ese cambio, la situación quedaba ampliamente a favor del ejército de la Confederación. Además, contaban con mucho mejor armamento, mejores mandos intermedios y más experiencia en las tropas. La única ventaja del ejército unitario eran sus mejores y más numerosos caballos.

Paz, que no estaba seguro del número de sus enemigos, inició el ataque con una carga de caballería muy cautelosa. Tanto, que fue fácilmente rechazada por las exiguas infantería y artillería porteñas. Pero cuando el teniente coronel Nicanor Otamendi pretendió contraatacar, sus hombres se negaron a obedecer y lo tomaron prisionero. Pasaron entonces dos horas de expectativa, con los dos ejércitos intentando mejorar sus posiciones.

Viendo la situación, Paz ordenó un ataque general de su caballería, que se llevó por delante al ejército enemigo en minutos. Muchos de los soldados intentaron salvarse lanzándose al río, pero las barrancas de la costa les impidieron terminar el cruce y muchos murieron ahogados. Sin embargo, los menos, como el joven y valiente Matías B. y Miñana, de casi veinte años, pudieron concretar la hazaña nadando por el imponente río. Otros, como el coronel Velazco, quedaron encerrados contra las altas barrancas y fueron muertos.

Los que fueron alcanzados antes por los oficiales que por los soldados, como Ramos Mejía, Otamendi y Rosas y Belgrano, salvaron sus vidas empero fueron tomados prisioneros. Sólo muy pocos pudieron escapar, entre ellos el coronel Campos y el joven de 18 años José Hernández (quien 20 años más tarde publicaría su célebre “Martín Fierro”), que en dicho combate tuvo su bautismo de fuego habiendo formado en las partidas que habían bajado de la zona de Sierra de los Padres.

Al mediodía, la batalla había terminado.

Poco después, un consejo de guerra presidido por el coronel Isidro Quesada condenó a Rosas y Belgrano a muerte, a pesar de la defensa que de él hizo el coronel Antonino Reyes. Pero Lagos no quiso cumplir la orden (por “llevar la sangre del ilustre general Belgrano”) y lo puso en libertad.

Matías B. y Miñana regresó a sus pagos para recordar con orgullo y honor el que fuera su bautismo de fuego.

 

 

De vuelta a los pagos azuleños…

 

 

Matías contrajo matrimonio en el Azul con Carmen Espíndola, ocho años menor que él, con quien tuvo, al menos, tres hijas nacidas en estas tierras: Eva (25 de abril de 1871), Eleuteria Evita (20 de febrero de 1874) y Carmen Victorina (5 de octubre de 1877).

Entre el 1 de agosto de 1872 y el 7 de diciembre de 1873 (período marcado por el Libro de Defunciones de la Catedral), fallecieron su hija Eva, de poco más de un año de edad, y su hermano Justo B. y Miñana quien tenía 34 años.

 

 

La más sangrienta de las batallas

 

 

Manuel Grande, Chipitruz y Calfuquir, invadieron en 1871 los partidos de Azul, Olavarría y Tapalqué. Al encuentro de los invasores salieron los comandantes Celestino Muñoz y Matías B. y Miñana. La fuerza de estos jefes se componía en su mayor parte de vecinos del Azul y soldados del Regimiento N°16 de la Guardia Nacional del que era segundo jefe el comandante Muñoz; siendo su jefe en propiedad el coronel Don Francisco D’ Elía, quien se encontraba ausente.

El 3 de mayo los invasores presentaron batalla en la Laguna de Burgos. Allí tuvo lugar el terrible encuentro. En el primer enfrentamiento, las fuerzas militares fueron doblegadas dado el aplastante número de indios.

Cipriano Catriel llegó en protección de los cristianos al frente de un Regimiento de indios de su tribu en el preciso momento que las hordas de Manuel Grande estaban a punto de decidir el enfrentamiento a su favor.

Los comandantes Muñoz y Miñana, que hacían esfuerzos denodados por contener la carga irreverente y furiosa de los indios, estuvieron a punto de quebrarse ante la avasallante tormenta de lanzas embravecidas que los acosaban. 

Cipriano Catriel tendió su línea de defensa con la intención de atacar por el flanco a los indios de Manuel Grande. Muñoz, que no perdió su serenidad se dio cuenta del movimiento de su aliado, y mientras exhortaba a sus soldados a sostenerse en sus puestos, rápido enderezó a gran carrera hacia donde Catriel maniobraba. Ambos, al frente de los indios catrieleros, cargaron con valeroso empuje destrozando el ala izquierda del enemigo que era mandada por el cacique Calfuquir.

Los soldados del 16 de Guardias Nacionales y los vecinos armados que se habían mantenido firmes defendiéndose con bravura, al ver llegar a su jefe y a Catriel comenzaron a exclamar con profunda exaltación vivas al Gobierno bonaerense, a sus jefes, y al cacique general Cipriano Catriel.

El pronóstico cambió por completo.

En el ala derecha se batía con bravura y coraje el comandante Miñana. Un lanzazo lo hirió en el muslo y otro dio muerte a su caballo, logrando que el jinete se desplomara imprevistamente sobre unos pajonales. En el momento de confusión, perdiendo sangre a borbotones, Miñana se improvisó un torniquete en la pierna mientras algunos de sus compañeros de lucha lo cercaron con sus caballos para protegerlo. Apenas estuvo listo, sin dudarlo ni temer por la suerte de su herida, el valiente Comandante montó sobre otro corcel y arremetió contra sus enemigos con una inconmensurable decisión.

Con algunos soldados del 16 y los vecinos del Azul, Miñana logró dispersar a la indiada que huyó en desesperante desorden. Catriel con sus lanceros completaron la dispersión, persiguiendo a los invasores y lanceando a los que quedaban a su alcance. La piedad no fue el denominador común.

Envuelto en una espesa polvareda, el cacique Calfuquir quedó apartado de sus indios en el campo de batalla. Apenas logró orientarse pretendió huir, empero en ese instante lo reconoció el capitanejo Villanamun, uno de los indios de la tribu de Catriel.

Villanamun, que se percató del despiste de su adversario, se apuró a perseguirlo. Apenas pudo le boleó el caballo. Calfuquir intentó liberar a su animal, pero no pudo. Sin piedad, Villanamun se abalanzó sobre él blandiendo su temible lanza. Quedaron frente a frente, desafiándose para batirse a duelo. Uno, dos… decenas de lanzazos y un vencedor. Calfuquir cayó agonizante y al instante su cabeza se convirtió en un trofeo.

La Batalla de Laguna de Burgos fue una de las más sangrientas que se haya librado en la frontera Sud de la Provincia.

La decidida acción de los comandantes Miñana y Muñoz, y del cacique general Cipriano Catriel, evitó que el desbocado malón encabezado por Manuel Grande, Chipitruz y Calfuquir hubiera penetrado hasta el corazón mismo de la Provincia. La magnífica conducta de esos valientes jefes mereció dignísimos elogios de los vecindarios del Azul, Olavarría, Benito Juárez, Tapalqué y Las flores, a los que libraron del malón y del ultraje de los invasores.

 

 

Las espadas del héroe

 

 

En agradecimiento a la incansable lucha en beneficio y resguardo del pueblo, el presidente de la Corporación Municipal del Azul, don José Botana, en nombre de los vecinos, le entregó al Comandante Miñana una espada de honor. En efecto, se trató de una espléndida arma con vaina de plata y la significativa leyenda: “El pueblo del Azul a su Comandante don Matías B. y Miñana, año 1871”, grabada en su hoja.

 Por su parte, debido a la destacada participación en la Batalla de la Laguna de Burgos, el Ministro de Guerra, Dr. Adolfo Alsina, en nombre del gobernador de Buenos Aires, Mariano Acosta, les entregó a Celestino Muñoz y a Matías B. y Miñana extraordinarias espadas con sus nombres grabados en la empuñadura, como así también la fecha de la batalla (3 de mayo de 1871) y el Escudo provincial.  Las mismas les fueron entregadas en mano por el coronel José María Morales, quien se acercó a nuestros pagos y a los olavarrienses, para cumplir personalmente con el mandato.   

 

 

Logia Masónica “Estrella del Sud N° 25”

 

 

Buscando encauzar sus ideales, como muchos hombres de la época, el comandante Matías B. y Miñana se incorporó al Cuadro de la Logia masónica “Estrella del Sud N° 25”. Allí se desarrolló como una personalidad destacada, rodeado de muchos otros que como él aspiraban a alcanzar el máximo progreso de la comunidad. 

Hacia 1874 fue nombrado Segundo Experto dentro de la organización de la Logia y, al año siguiente, fue ascendido a Primer Experto.

 

 

El viejo vecino de Olavarría

 

 

En las presentaciones al Gobierno, elevadas por vecinos de Olavarría y Azul para que se deje sin efecto el traslado de la Comandancia, Don Juan Mazzuchi publicó una nómina de antiguos y distinguidos vecinos de la vieja Olavarría, todos argentinos y propietarios, entre los que se hallaba el comandante Matías B. y Miñana, quien aparece destacado como “Guerrero del Paraguay” (extensa guerra de la que participó en combates menores).

            En 1875, las hordas indígenas pusieron sitio a Azul y Olavarría. En San Jacinto estaba organizada la estancia de don Celestino Muñoz, que consiguió pasar con peones y caballada hasta Azul, poniéndose a las órdenes del Ejército, en tanto el establecimiento era arrasado. El 30 de diciembre el teniente coronel Vintter derrotó a los indios sublevados en el combate de La Tigra después de rudísima batalla contra mil quinientas lanzas, rescatando inmensas cantidades de ganado que arreaban hacia fuera de la frontera (estimado en 170.000 vacas, 30.000 caballos y 40.000 ovejas). Recuperada la hacienda, se conformó una comisión encargada de reintegrarla a sus propietarios, en la que figuran, entre otros, los señores Matías B. y Miñana, Crescencio Acosta, Celestino Muñoz, Joaquín Pourtalé y Esteban Louge.

 

 

Los primeros pasos en la política

 

 

El 2 de febrero de 1872, don Matías B. y Miñana aparece por primera vez designado como Municipal, es decir, cumpliendo funciones similares a las que desempeñarán en el futuro los concejales.

Hacia 1876, fue nombrado Presidente de la Corporación Municipal de Azul. Ese año la Comuna fue conducida por cinco presidentes, actuando además al frente de la administración azuleña: Ceferino Peñalva, Pililiano Sánchez Boado, Demetrio Alsina y Antonio Ferrón

 

 

El malón de Namuncurá contra Olavarría

 

 

El cacique Namuncurá, insatisfecho por no haber obtenido la victoria a que aspiraba, volvió a amenazar a las tropas nacionales con unos dos mil lanceros en la madrugada del 2 de agosto de 1876. 

El coronel Antonio Dónovan debió enfrentarse a los lanceros de Catriel que a su vez estaban apoyados por algunos indios de tribus chilenas.

Dónovan avanzó con tres columnas compuestas incluso por vecinos de la misma Olavarría que era la principal amenazada. Los objetivos de las tropas eran los indios que a caballo permanecían ocultos entre los pajonales.

A pesar de la ventaja numérica de Juan José Catriel y sus indios, huyeron dispersándose revoltosamente. No obstante, Catriel, que conocía las costumbres de los cristianos, entre los que había vivido algún tiempo, procuró entretener a Dónovan para alejar subrepticiamente la mayor cantidad posible de ganado.

            En la mañana del día 8 la tranquilidad reinaba hasta que las milicias notaron que el enemigo emprendía la retirada en tres columnas, en dirección a Mari Lauquen con un arreo considerable. Sin pérdida de tiempo Dónovan le ordenó al comandante Matías B. y Miñana se incorpore a las fuerzas que, procedentes de Buenos Aires, venían al mando del sargento mayor Pablo Belisle.

            La marcha se inició con tres columnas compuestas por la guardia nacional de Olavarría, una compañía del Regimiento Alsina y la Guardia Nacional del Azul, con el teniente coronel Matías B. y Miñana como comandante.

            A algunos kilómetros, los bomberos informaron que los indios apresuraban la fuga. Entonces se le ordenó a Miñana que con las fuerzas a su mando procure adelantárseles, mientras el resto de la tropa iba al galope en dirección a la retaguardia enemiga, la que, alcanzada en una carga violenta, tuvo que abandonar parte del arreo.

             El bravo Miñana no se detuvo en el primer choque y se dirigió al Fortín Almada, donde los fugitivos pretendieron resistir. Ante el doble ataque llevado a cabo por él y el teniente Jorge Reyes, caracterizados el del primero porque cargó a su frente acosando al enemigo y el del segundo por haber ejecutado un movimiento envolvente cayendo en el flanco izquierdo de los indígenas, se vieron forzados a seguir huyendo.

El ataque fue repelido con fiereza y mucho coraje. Sin embargo, Namuncurá seguiría poniendo en jaque a la frontera...

En julio de 1878 se llevó a cabo una invasión no muy numerosa que así quedó registrada en un parte militar: “Ha tenido lugar una invasión de cuarenta indios, a nueve leguas de este pueblo. Son los que penetraron el domingo por la frontera a cargo del comandante Antonio Dónovan. De la estancia de don Matías B. y Miñana y de las inmediaciones, se llevaron un arreo de dos mil yeguas y caballos. La invasión ha abrazado todas las nacientes del Arroyo Azul. Ha tenido lugar un desgraciado combate entre los vecinos y los indios. Cuatro vecinos muertos y seis heridos. De los indios, dos muertos…”.

 

 

El difícil camino de la política

 

 

En 1878, año en el que los Miñana volvieron a recibir un duro golpe económico, Matías fue nuevamente convocado como Municipal.

El teniente coronel don Ventura Miñana, el mayor de los hermanos, murió en 1882, llenando de dolor a la familia.

El 4 de junio de 1884, Matías y su esposa Carmen adoptaron a un pequeño “hijo de padres indios no conocidos”, nacido, según consta en los registros parroquiales, “más o menos en 1872”. El matrimonio lo bautizó Patricio Miñana.

En un acta del Honorable Concejo Deliberante del 18 de noviembre de 1899, Matías B. y Miñana aparece conformando el cuerpo deliberativo junto a reconocidos vecinos como el Dr. Ángel Pintos, Antonio Aztiria, Marcial Petersen, Adolfo Vidal e Irene Navas.

Hacia 1900, el Honorable Concejo Deliberante estaba conformado por cuatro Radicales como Miñana, Ocampo, Astorga y Porterrieu; cuatro Cívicos Nacionales: Pintos, López, Aztiria y Zabala; y dos Autonomistas Nacionales: Navas y Vidal.

Desempeñándose el señor Alejandro Brid como intendente, Miñana continuó integrando el cuerpo deliberativo, rodeado de personalidades destacadas como Irene Navas (Presidente del Concejo); Joaquín López y Emiliano Astorga (Vicepresidentes 1° y 2° respectivamente); y Ángel Pintos, Martín Álves, Antonio Aztiria, Adolfo Vidal, Marcial Porterrieu, Vicente Gauthier (Vocales).

Poco más tarde, Miñana pasó a conformar la Comisión de Obras Públicas junto al Dr. Pintos.

            Vale aclarar que en todos los cargos que desempeñó no cobró dieta alguna o apenas tuvo ingresos paupérrimos. Sin embargo, las inquietudes sociales y políticas del comandante Matías B. y Miñana lo llevaron a destacarse con prontitud en los círculos azuleños y olavarrienses en los que tuvo actuación. Mas siempre su palabra, justa y mesurada, fue tenida en cuenta dada su experiencia no sólo como hacendado sino encabezando duras batallas como simple soldado o hasta capitán de la Guardia Nacional.

 

 

Azul, el epicentro de la Revolución Radical del ’93

 

 

El 30 de julio de 1893, procedente de Las Flores, Hipólito Yrigoyen arribó de incógnito en tren a Azul. 

En su campo “El Trigo”, ubicado en el Partido florense, Yrigoyen se había retraído un tiempo atrás pergeñando su revolución contra un régimen político fraudulento y autoritario que, según su visión, hundía al país en una profunda crisis política, social y económica. Tras un importante esfuerzo logró reunir un gran número de hombres a los cuales se ocupó de armar.

La Revolución del ’93 fue la primera en concretarse en la provincia de Buenos Aires y comenzó, tal como lo había decidido el “Peludo”, con la toma de la ciudad de Azul. Aquel frío día invernal Yrigoyen llegó con una considerable fuerza revolucionaria armada con la cual buena parte del pueblo azuleño hizo causa común porque, como se decía, “el gobierno era un conventillo de vagos, compadritos y pendencieros” encabezados por los hermanos Manuel y Evaristo Toscano.

Las autoridades municipales y los toscanistas se atrincheraron en el Palacio Municipal. Sin embargo, pronto debieron deponer su actitud. Hipólito Yrigoyen armó una comisión y puso al frente de la Comisaría al “Gorra Colorada”, el comisario Luis Aldaz, quien supo con habilidad persuadir a los que se resistían.

En Azul, el radicalismo no tenía caudal político, pero la revolución pudo triunfar gracias al apoyo de los seguidores del general Bartolomé Mitre que constituyeron los contingentes más numerosos para la lucha.

Con el doctor Isidoro Sayús en la Intendencia y Luis Aldaz en la Comisaría, Yrigoyen, la Junta Revolucionaria y la tropa radical pasaron a la cancha de pelota de don Miguel Olasagasti donde almorzaron. Luego, Yrigoyen se fue tan silencioso como había llegado…

La revolución que se había iniciado simultáneamente en 82 ciudades, triunfó en todas partes de la provincia, llegando a contar con un ejército de 8.000 hombres. Sin embargo, el 25 de agosto el Comité Provincia de la Unión Cívica Radical decidió entregar las armas. La revolución había sido vencida, aparentemente…

 

 

Revolucionario hasta el final

 

 

El comandante Matías B. y Miñana, fue uno de los revolucionarios, a pesar de que en aquella época ya era un “noble anciano”, que al paso de los años y de las ingratitudes de la Patria, bien podría haberse mantenido ajeno a todo lo que significara un sacrificio, desde que él sirviéndola solo conquistó pobreza, después de gastar toda su fortuna al servicio de las caras afecciones del suelo nativo.

Una fotografía, tomada en 1893, presenta al viejo luchador ciñendo la gloriosa espada que el pueblo del Azul le regalara en 1871, y la cual sacara a relucir para defender la Constitución en el referido movimiento cívico, bajo la egida patriótica de la Unión Cívica Radical, cuya escarapela ostentaba orgulloso y consciente de los importantes cambios que acarrearía aquella revolución.

 

 

Un héroe empujado a la mendicidad

 

 

Tal vez enferma de soberbia, e ingrata, nuestra ciudad se ocupó de olvidar deliberadamente la obra y la lucha de uno de sus hombres más destacados. Esas cuestiones del destino, que a veces reserva bronces para los traidores y anonimatos para los héroes, empujaron al destacado comandante Matías B. y Miñana a una situación por demás extrema e inmerecida totalmente.

En 1898, el diario azuleño “El Imparcial” (Año V N°619), a pesar de ser su adversario político, publicaba: “El comandante Miñana. Este viejo servidor del Azul se ha dirigido a algunos vecinos antiguos para comprobar ante los poderes públicos, algunos de los muchos servicios que ha prestado, con desinterés y abnegación poco comunes.

No somos amigos políticos del comandante Matías B. y Miñana, y nuestras palabras, por lo tanto, no pueden ser tachadas de parciales e interesadas, hoy que todo se somete y se mide por el cartabón menguado de la pasión política. Conocimos ayer la solicitud del señor Miñana a que nos referimos, dirigida a algunos vecinos, y un impulso poderoso de justicia nos movió inmediatamente a escribir este ligero suelto, como una manifestación espontánea de simpatía, de un órgano de publicidad del Azul, hacia el meritorio ciudadano que tan señalados servicios ha prestado a esta población en los tiempos difíciles de su organización social.

Y no sólo el Azul tiene profundas deudas de gratitud para el Comandante Miñana: las tienen también Juárez, Tandil, Tapalqué, Las Flores, etc., vecindarios por cuyos intereses, por cuyas vidas, amenazados por las hordas salvajes, más de cuatro veces peleó resueltamente; los tiene, bien puede decirse, el país en general, por los servicios prestados en diferentes campañas militares.

Muchos que no han prestado ni la décima parte de los servicios del Sr. Miñana, ocupan hoy, por favoritismo oficial, encumbradas posiciones: es verdad que habrán adulado a los altos y se habrán arrastrado humildemente por sus antesalas; cosas que no ha hecho nunca nuestro modesto convecino.”.

 

 

Ahora que somos viejos…

 

 

El diario azuleño “El Pueblo”, el 5 de mayo de 1901 publicó una misiva que le enviara Matías B. y Miñana a su viejo compañero de armas, a la cual encabezó de la siguiente manera: “…la sublevación de los caciques Manuel Grande, Chipitrú y Calfuquir, que fue contenida y dominada por la Guardia Nacional del Azul el 3 de mayo de 1871, merece recordarse como un timbre de honor de nuestra milicia y sus dignos jefes: Celestino Muñoz y Matías Miñana. Es posible que Azul hubiera caído en poder de los indios de no mediar la acción de la Laguna Burgos. El Sr. Miñana, actor de primera fila en aquel episodio memorable dirige al Sr. Muñoz la carta que publicamos.

 

Azul, mayo 3 de 1901.

Sr. Celestino Muñoz:

Hoy se cumple el 30 aniversario de la jornada de la Laguna de Burgos, contra los indios de Calfuquir, Chipitrú y Manuel Grande en el que le cupo a la Guardia Nacional del Azul, comandada por usted un papel distinguido en esa ardua guerra.

Ahora que somos viejos, que nos acercamos al fin de una tan azarosa vida, es grato recordar aquellas acciones en las que luchamos juntos.

Reciba mi viejo amigo, sinceras congratulaciones de su antiguo compañero de armas en luchas fecundas por la civilización y en las que fuimos obreros y soldados.

Atte. Matías B. y Miñana.

 

La respuesta por parte del vecino olavarriense no se hizo esperar y apareció publicada en el mismo medio el día 8.

 

Azul, mayo 5 de 1901

Sr. Matías B. y Miñana

Estimado amigo:

A mi regreso de Olavarría me encuentro con su carta que trae recuerdos altamente honrosos para la Guardia Nacional del Azul y para el que suscribe, la que descolló siempre por su valor y abnegación.

Le recuerdo algunos hechos. Participé en San Gregorio, donde los vecinos del Azul defendieron las libertades públicas y fueron contra las huestes de Urquiza a batirse con desigualdad numérica contra tropas organizadas y al mando de jefes de alta reputación, pero pelearon con decisión y cayeron como bravos, vecinos como Jacinto Nievas y muchos otros, prisioneros y heridos, Justo Martínez, Juan Muñoz, y otros salvando milagrosamente la vida; el joven Miñana, que peleando valientemente, pudo salir con otros, pereciendo muchos de ellos ahogados al pasar el Salado.

En la Guardia Nacional prestó Ud. sus servicios más de una vez. Parte de esa Guardia lo acompañó a Ud. como voluntario en Pavón, hallándose movilizados los Regimientos 16 y Sol de Mayo en el que marchó Ud. con su escuadrón de Voluntarios del que era Ud. Capitán.

Esa misma Guardia lo acompañó a Ud. a la Cañada de Gómez, donde se batió heroicamente a las órdenes del General Flores y tomó prisioneros al Cura y al Coronel Laprida…

            Atte. Celestino Muñoz.

 

 

La muerte de un valiente

 

 

Matías B. y Miñana murió en Azul el 11 de octubre de 1905. Se hallaba viviendo solo, pues había enviudado varios años antes, en un domicilio sito en Moreno y Benito Juárez (actual Gral. Julio A. Roca), el cual estimamos ocupaba en préstamo, ya que su situación económica era absolutamente precaria.

Falleció a los 73 años tras una rápida y devastadora enfermedad que lo llevó a una masiva infección intestinal.

El intendente Eufemio Zabala y García firmó un Decreto en el que en su Art. 1 establecía que La Intendencia Municipal sufragará todos los gastos que origine el sepelio”. Además donaba a la familia “un nicho en el Cementerio Central”, pues era por todos sabido que el Comandante había quedado en la más absoluta pobreza al haber sido despojado de la poca tierra fiscal que poseía.

Los restos del benemérito vecino, del héroe que todo lo dio por el Azul y su gente, fueron sepultados en el nicho 18, sección 4, fila 3, del Cementerio Central.

 

 

 

EXTRAS:

 

 

El primer Hospital del Azul

 

 

El primer Hospital de Tropa del Azul, fue habilitado el 1 de julio de 1837. El humilde establecimiento estaba preparado para atender a unos treinta enfermos y a su frente se hallaba el Dr. Manuel Ramos.

La sencilla sala de atención médica fue instalada en una casa que se le alquilaba a Ventura Miñana (padre), ubicada en la esquina de las calles XVI y XXVI (actuales Corrientes y Colón). Dicha casa, años más tarde, pasó a ser propiedad del cacique Cipriano Catriel (lamentablemente en la actualidad fue demolida). 

 

 

Suertes de Estancia

 

 

Una de las más viejas estancias del sur del partido está ubicada en la Suerte N° 208. Esta suerte, junto a otras vecinas, pasó por herencia a los hermanos Miñana. El teniente coronel Ventura y su hermano el comandante Matías, siempre a las órdenes de la valiente y sufrida Guardia Nacional, luchaban por la paz de los estancieros de la zona.

No era difícil que un fortín pasara a ser estancia, siempre que se tuviera la fortuna de conseguir que el gobierno escriturara el fortín a nombre del jefe militar. Los Miñana tuvieron esa ventaja, pero no les duró demasiado…

Los campos, linderos con Benito Juárez y Olavarría, tardaron mucho más en ser adjudicadas en Suertes de estancias  y poblados, por hallarse durante más tiempo en situación de “fuera de frontera” y frontera propiamente dicha, al sur del pueblo de Azul. Estas tierras, lejos de las rutas a Buenos Aires, estuvieron vacías mucho más tiempo y, aunque adjudicadas, en algunos casos tardaron mucho en poblarse.

Los hermanos Miñana, a la par que protegían la comarca, aprendían a hacerse estancieros, ya que con la designación para defender el lugar recibieron la adjudicación de varias extensiones de tierra. En esos campos nacen los cañadones, varios brazos angostos que serpentean la llanura y que finalmente se unen en una sola corriente que forman el cauce del Arroyo Azul.

Un total de once Suertes de Estancia -entre la 207 y la 215, como así también la 114 y la 115- pertenecieron a los diversos miembros de la familia Miñana. Hay registros de ellos, al menos, hasta 1872 y en lo sucesivo aparecen menciones aisladas como “Miñana” o “Tapera de los Miñana”, sin mayores especificaciones. Sin embargo, nada quedó en poder de estos denodados defensores de la frontera, los cuales consumieron todos sus recursos y hasta sus últimas energías en pos de la protección del Azul.

 

 

El Fortín Miñana

 

 

La estancia La María Teresa fue fundada por el coronel Ventura Miñana. Cerca del antiguo casco se levantó el Fortín Miñana (del cual todavía se puede apreciar el foso que rodeaba el acantonamiento, a pesar de estar desdibujado por la erosión y los años).

Los Miñana, prácticamente desde la fundación de Azul, fueron comandados para defender el sur del Partido, instalándose en la Suerte 207, sobre una de las márgenes del Arroyo Azul, en las mismas nacientes del curso de agua, allí donde los manantiales y los cañadones se unen.

El Fortín Miñana fue instalado después del año 1863 y formaba parte de la Frontera Sud que estaba al mando del coronel Ignacio Rivas. Era un modestísimo cantón militar, donde la pobreza de los jefes, como la indigencia de los soldados, era notoria, palpable a cada paso.

Se hallaba ubicado casi en las puntas del Arroyo Azul sobre su margen izquierda, a 500 metros de dicho curso de agua, cerrando un paso que utilizaban a menudo los indios al lado de una laguna. Situado a 35 Km. al sur del fortín “Santa Catalina” y a 7 leguas del Azul, en la Suerte N° 214 del Arroyo Azul.

Los fortines como el Miñana servían de apoyo a los fuertes. Formando una cadena con otros fortines diseminados en el campo, constituían una defensa regional enlazándose además como un medio de información para los centros principales. Se componían simplemente de un recinto fortificado con palos atados entre sí, un mangrullo y un zanjeado circular. Las carpas o ranchos de barro de los soldados se instalaban fuera del perímetro y un corral para la caballada. En caso de ataque, soldados y animales pasaban al fortín propiamente dicho.

En 1866 su guarnición estaba compuesta por un capitán, un teniente primero, un sargento primero, dos sargentos segundos, dos cabos primeros, dos cabos segundos y trece soldados.

Los malones, duras vicisitudes y el tiempo se ocuparon de desmantelar absolutamente todo…

 

 

Un tesoro empeñado

 

 

En el periódico La Tarde del Tandil, el 11 de marzo de 1915, apareció una carta del Sr. Antonio G. del Valle, en la cual le informaba a la comunidad serrana que había tomado conocimiento de “…una curiosa y en el fondo triste noticia que sintetizaba en muchos sentidos la ingratitud hacia los mejores servidores del país que han vivido y mueren pobres, desvalidos, sin que el sacrificio de sus hechos personales alcancen la condigna compensación de una vida material mejor vivida.

Tal vez hijo de esa fatalidad el comandante Miñana sirvió a la Patria dejándole una brillante página en los anales de la civilización contra la barbarie, para morir pobre, enajenándolo todo, hasta llegar al magno sacrificio de empeñar esa espada evocadora de sus gallardos tiempos.”.

Quien la halló en la Capital fue don Isaac Escobar, quien comprobó que la gloriosa espada del Comandante Miñana, había sido empeñada en $400 m/n, en el Restaurante “Los Vascos”, de Legarreta Hermanos, sito en Lima 1775, frente a Constitución.

El conocido periodista Del Valle encomendó a los señores Rafael y Celestino Muñoz, de Olavarría, para que ellos propicien también el levantamiento de una suscripción popular para rescatar la espada y enviarla luego al Museo Histórico Nacional.

            En su misiva, Del Valle agregaba: “la espada de Miñana no puede permanecer un solo instante donde se encuentra. Por eso los invito a reunir los $400 en que está empeñada y por tanto me suscribo con $25. No dudo un instante que esta noble iniciativa será acogida con sinceridad, pues no tiene otro móvil que sacar del olvido esa histórica joya, rememoradora de tantas glorias de aquel bravo que se llamó Matías B. y Miñana, que nació y vivió rico y murió podría decirse en la indigencia”.

Mientras en Azul nada se concretaba en favor del rescate de la espada del Comandante Miñana, en Tandil los trabajos se realizaban con gran entusiasmo. En breve, la contribución de los vecinos de esa ciudad para el rescate alcanzó los $150, destacándose en la nómina de colaboradores los señores: Ramón Santamarina (h), Jorge Santani, Arturo Santamarina, Nicolás Avellaneda, Faustino Iturralde, Alfredo y Horacio Echagüe, Honorio Elgue, Francisco M. Amephil, entre otros.

El comandante Matías B. y Miñana había sido un estanciero rico, pero que vendió todo por su elevado amor a la patria para hacer frente a las imperiosas necesidades de aquella campaña, quedando reducido después de haber triunfado a una miseria casi espartana, que lo obligó más tarde a desprenderse de su único y precioso capital, su espada triunfadora, la cual sigue perdida en las nebulosas de la historia y el tiempo…

            En el Museo Etnográfico y Archivo Histórico “Enrique Squirru” de nuestra ciudad se conserva la espada que le fuera obsequiada a Celestino Muñoz, idéntica a la entregada a nuestro vecino Miñana.








Agradezco a Eduardo Agüero Mielhuerry por su generosidad de autorizar la publicación, que fue tomada del articulo sobre el origen del nombre de las calles de Azul



1 comentario:

  1. Muy interesante tu blog, con él aprenderé a saber más de la historia de tu país.
    Saludos y feliz fin de semana.

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