Este Blog es en homenaje a los que descansan en el Cementerio de Azul (Prov. de Buenos Aires, Argentina), que nos precedieron en el duro camino de la vida y que con su esfuerzo y dedicación contribuyeron a hacer grande a esta ciudad. Nació de la mano de Vicente Lencioni y hoy nos toca continuar su legado, siguiendo el principio que él se planteara al construir este sitio.
CEMENTERIO DE AZUL Homenaje a la majestuosidad de la muerte y a la síntesis histórica. La ciudad de Azul, provincia de Buenos Aires, Argentina, rinde homenaje a la majestuosidad de la muerte, con una imponente escultura hecha en 1938, por el arquitecto e ingeniero Francisco Salamone. Esta escultura representa un ángel flamígero con una espada en las manos. Como dijo alguien, pareciera que estuviera marcando la frontera entre la vida y la muerte; además esta representando para los creyentes la esperanza de la resurrección. Entrando ya al interior del Cementerio encontramos dos cenotafios que rinden homenaje a los muertos de los dos grandes partidos políticos cuya ideología la podemos considerar fundacional de la Argentina moderna. Uno es en homenaje a los muertos en la Revolución Radical, de 1890 y el otro es en homenaje al Teniente General Juan Domingo Perón y a su esposa María Eva Duarte. Es como si esta Ciudad Cervantina, de profundas raíces Pampas, en la que hace años se señoreaban los pueblos originarios, tierra en que tantos desencuentros se produjeran, quiere ser hoy la heredad de la síntesis unificadora de tantos años de desencuentros.



A los desaparecidos de toda la tierra, de todas las épocas por distintos motivos, quienes con su sacrificio han hecho posible que "la muerte le enseñe a los vivos" a soñar con un Mundo lleno de respeto por las ideas del otro.

(José Vicente Cuenca Phd Departamento de Antropología Universidad Nacional de Colombia Santa Fé de Bogotá, 1994)


domingo, 29 de marzo de 2015

María de las Nieves Clara Giménez de Ronco

MARIA DE LAS NIEVES CLARA GIMENEZ


Por Eduardo Agüero Mielhuerry



María de las Nieves Clara Giménez nació en Azul el 2 de mayo de 1886. Sus padres fueron el estanciero Evaristo Giménez (español) y María Leontina Brital (francesa). El matrimonio tuvo al menos otros ocho hijos: Evaristo, María Leontina, Ernesto Augusto, Adolfino, Pilar Obdulia, Adolfina Natividad, Eduardo Marcial y Julia Carlota
La flor de la vida…

Hacia 1906, “Santita” -como la apodaban cariñosamente-, tenía apenas 20 abriles cuando comenzó a frecuentar nuestra ciudad un joven abogado porteño radicado en Bahía Blanca. No se sabe exactamente cuándo ni cómo se conocieron, pero se dice que se vieron por primera vez en la Plaza Colón (actual Gral. San Martín), en una kermés en la que, entre todas las damas, la joven hacía gala de su fina estampa y elegante figura.

Dos años más tarde, el 12 de noviembre de 1908, por la mañana, ante el jefe del Registro Civil de Azul, Eusebio Zapata, María de las Nieves y Bartolomé José Ronco (hijo de Juan Ronco y Manuela Díaz, nacido el 7 de julio de 1881), contrajeron matrimonio. La ceremonia religiosa se llevó a cabo el mismo día, a las 21, en la por entonces flamante Iglesia Parroquial Nuestra Señora del Rosario.

La joven pareja se radicó en Bahía Blanca, donde Bartolomé fue nombrado secretario de la Cámara de Apelaciones del Departamento Judicial de la Costa Sud. Poco después, el 6 de octubre de 1909, en aquella ciudad, nació Carlota Margarita Ronco, la única hija del matrimonio.

Años después, tras la creación en 1915 del Departamento Judicial del Sudoeste con asiento en Azul, la familia se instaló en nuestra ciudad, en una amplia casona situada en la esquina Norte de las calles Burgos y Tucumán (actual Dr. Palmiro Bogliano), propiedad que, extendiéndose sobre la primera arteria, prácticamente llegaba hasta la calle Corrientes donde estaba el llamado “Jardín de Zapata”.

Coleccionista al igual que su marido, Santa atesoró varias decenas de abanicos, más de medio millar de botellitas y unas ochocientas cajas de fósforos. También tuvo una gran predilección por los Mantones de Manila.

En el verano de 1924, la familia vacacionó unas semanas en Mar del Plata, ciudad que por entonces se estaba posicionando como punto turístico. El mismo año, los tres viajaron a Chile, y en Valdivia visitaron al gran araucanista Fray Félix José de Augusta, de la orden capuchina.

Ilusiones marchitas 

Quince años tenía Carlota Margarita Ronco cuando la muerte la sorprendió el 10 de marzo de 1925. Una enfermedad incurable en aquellos años apagó su luz en Buenos Aires, ciudad a la que sus padres la habían trasladado esperanzados en salvarla.

La angustia de Santa y Bartolomé tras la pérdida de la niña fue visible en sus rostros hasta sus últimos días. Ella no halló ningún mantón que la protegiera del frío de esa pérdida imposible de dimensionar o describir cabalmente… El resto de su vida se dedicó a preservar recuerdos, a guardar instantes detenidos en el tiempo…

Sin embargo, con ahínco el matrimonio concibió a la ciudad de Azul como a esa hija adorada y pusieron en ella sus mayores esfuerzos.

A mediados del fatídico año el matrimonio viajó a Neuquén. Se trasladaron en un automóvil -comprado para la ocasión- desde Zapala, hasta la estancia de Félix San Martín, situada a orillas del Arroyo Quila-Chanquil. Dicho viaje quedó registrado en una pequeña publicación que Bartolomé hiciera en 1926 bajo el título “Por Huellas Andinas”: “Ya en puntos distintos y otras veces, había atravesado montañas iguales y había llegado a las hoscas encrucijadas de su corazón y su grandeza, y acompañado por mi hijita, en esas travesías, había descuidado la belleza del panorama espléndido para seguirla a ella en su ruidosa alegría infantil; y quería, recordando aquellas horas felices, sentirla a mi lado nuevamente como entonces, y empaparme, hasta retorcerme, en la nostalgia de lo que se fue para siempre y en la tristeza infinita de la soledad de los paisajes y de mi propio espíritu (…).”.

Sin dudas, Santa y Bartolo no sólo compartieron la audaz experiencia de transitar tantos kilómetros en auto, sino también cada uno de los sentimientos que él dejó expresados en aquel pequeño cuadernillo.

Nuevos aires…  

La vida debía seguir. Santa sabía que no podía detenerse en el inmenso dolor de la pérdida de su hija. Así, comenzó una importante tarea comunitaria que la llevó a cofundar, junto a Elisa Vergez de Ramongassie, la Escuela Profesional de Mujeres, de la que fue presidenta por decisión unánime de la Comisión Directiva que el sábado 12 de enero de 1929 la nombró al frente de dicha institución.

Su labor social no se detuvo ahí. Por esa misma época, integró también la comisión fundadora de la “Liga de Madres de Familia”, realizando allí una intensa obra de caridad.

Paralelamente, hacia 1930, por sugerencia de Santa, el matrimonio estableció su nuevo domicilio en la casa de Gral. San Martín N° 362, esquina Rivadavia. Su propietario original había sido Mariano Roldán (fundador de la ciudad de Benito Juárez), luego pasó a manos de Dominga Birabent de Arieu (cuyas iniciales aún se hallan grabadas en los cristales de la puerta cancel del zaguán), y cuando el matrimonio se instaló en ella, ya pertenecía a la hermana de Santa, Leontina Giménez de Arieu. Allí funcionaron, inicialmente el Asilo de Huérfanas “Sagrado Corazón”, y luego brevemente el Banco de la Nación Argentina; además, entretanto, el edificio también fue casa de familia.

En el nuevo hogar, ella se dedicó con pasión a las plantas, en especial a sus cactus y sus magnolias, y a las varias decenas de pajaritos que tenía en un vistoso jaulón en el centro del patio, aves que un día -algunos dicen, ebrio- Bartolomé dejó en libertad.

Por amor a Dios y a los niños

Mujer de una profunda religiosidad, contribuyó muchísimas veces con las obras emprendidas por el Padre César Cáneva y las Carmelitas Descalzas. De hecho, el 15 de noviembre de 1943, quedó conformada la Comisión Administradora del Hospital Municipal y Asistencia Pública, presidida por Lidia Lafontaine y acompañada, entre otras, justamente por María de las Nieves como vocal.

Además, fue una de las fundadoras de la Sociedad Protectora de Niños Pobres y llegó a ocupar la vicepresidencia, acompañando a la docente Argentina Diego, quien la dirigió por mucho tiempo con gran firmeza y cálido liderazgo.

Esta comisión logró conformar el Instituto de Puericultura y Consultorio Médico Gratuito. Empero siguieron luchando para lograr una sede propia, y al fin la inauguraron en la esquina Sur de las calles Entre Ríos y Gral. Uriburu (actuales Dr. Alfredo Prat e Intendente Prof. Rubén C. De Paula), donde el 30 de agosto de 1949 se habilitó el Hospital Materno Infantil.

Del 28 al 30 de junio de 1931, la Biblioteca Popular de Azul -siendo Bartolomé su presidente- organizó en su sede la “Exposición Martín Fierro”, la cual exhibió por primera vez en la ciudad el valiosísimo material perteneciente al doctor Ronco.

El perpetuo recuerdo 

A pesar de la ausencia de “Margot”, María de las Nieves hizo de su hogar un sitio cálido y acogedor. Con variadas obras de arte, principalmente exquisitos cuadros, arreglos florales y sillones bordados por sus propias manos en petit point, tarea ésta que se constituía en su frecuente pasatiempo. Empero el matrimonio comenzó a vivir momentos difíciles…

Abnegada, Santa no tuvo otro remedio que aprender a convivir con sus propios fantasmas, porque ella estaba perdidamente enamorada de “Bartolo”, lo amaba con vehemencia… Sin embargo, a pesar de los años vividos juntos, de las pasiones compartidas y del amor que se profesaban, él jamás había dejado de ser el “eterno conquistador”.

A finales de 1931, Bartolomé decidió viajar solo a Europa, y emprendió una travesía que duró seis meses en el crucero alemán de lujo “Cap Arcona” (el cual poseía suite real, camarotes victorianos, jardín de invierno, gimnasio, cancha de tenis, etc.). El itinerario fue: Montevideo, Santos, Cádiz, Sevilla, Madrid, Irún, París y Génova (donde pudo visitar a sus parientes).

Ella lo esperaba, bordando, soñando, negando la realidad… ella lo amaba.

Ronco volvió y, una vez más, se ensimismó en sus libros y proyectos.

El 8 de noviembre de 1939, ella fue elegida por una distinguida reunión de damas para presidir la Comisión del Patronato de Leprosos.

En 1944, María de las Nieves y su esposo, fueron los acongojados artífices de la construcción del Cantoncillo “Santa Margarita” en la esquina de las calles Bolívar y Gral. Uriburu (actual Intendente Prof. De Paula), el cual fue donado a la Municipalidad de Azul. Una carta de la época afirma: “Hemos construido, por nuestra exclusiva cuenta, una plazuela que hemos denominado Cantoncillo Santa Margarita, lo primero para corresponder con la situación urbana y a su estructura, y el advocativo, por razón de un sentimiento íntimo y personal. El vocablo Cantoncillo, en su significado de ‘pequeño rincón’, es muy usual en ciudades y pueblos de España… (…) Sentimos ese vocablo como una palabra pronunciada por un niño, así como deseamos para ese rinconcito la alegría de muchos niños jugando… (…)”.

El 8 de abril de 1945, cuando fue inaugurado el Museo Etnográfico y Archivo Histórico “Enrique Squirru”, María de las Nieves donó diversas piezas de sus colecciones personales.

El 11 de mayo de 1948 se llevó a cabo en el Cine Teatro San Martín un homenaje a Ronco por su fructífera obra cultural. El acto fue organizado por una comisión encabezada por el Obispo Monseñor César Cáneva, el intendente Ernesto Malére, e integrada por destacados vecinos. Dio un concierto la pianista Lía Cimaglia Espinosa y recitó el poema de su autoría, “Mensaje cordial”, la azuleña María Aléx Urrutia Artieda.

Con una sala colmada, una foto preservó para la posteridad el instante en que Santa y Bartolo se abrazaron fuertemente en medio del escenario, borrando cualquier mal momento vivido. Volvieron a ser una sola alma. Los aplausos fueron abrumadores…

Ese mismo año, en la Biblioteca se organizó una exposición con los cuadros de temas camperos de su padre, el pintor y acuarelista Evaristo Giménez, que también fueron expuestos en Buenos Aires en las famosas “Galerías Witcomb”.

Longeva soledad 

El 6 de mayo de 1952, cuando falleció Bartolomé José Ronco, Santa comenzó una nueva etapa en su vida como custodia de los tesoros familiares y referente cultural de la ciudad, manteniendo siempre las puertas de su casa abiertas de par en par…

Al año siguiente, contrató a la que convertiría en su Ama de Llaves y leal compañera hasta el final de sus días, la gentil Elsa Fernández de Villanueva.

El 30 de mayo de 1964, María de las Nieves decidió donar un terreno de su propiedad en Ariel para que se construyera en él de una plaza. Los concejales de la Unión Cívica Radical del Pueblo, Martín Arrouy Prat y León A. Zitta se ocuparon de interesar al intendente Pedro Armando López en fijar los diversos detalles necesarios para embellecer el espacio verde junto al establecimiento educacional a construirse (Escuela N° 25).

De la famosa biblioteca de Ronco, que ocupaba tres espaciosas habitaciones contando con unos 12.000 volúmenes de riquísima variedad, muchos de cuyos libros habían sido prolijamente reencuadernados por Santa, la sección jurídica, de unos 2.500 volúmenes, integrada por colecciones completas de fallos de la Corte Nacional y Provincial y recopilaciones de leyes, antiguas y modernas, fue vendida por la viuda al Colegio de Abogados de Azul. Aunque recibió múltiples y suculentas ofertas por el resto de las colecciones, ella jamás las aceptó, porque desde siempre supo que todos esos libros debían quedar para la ciudad.

Dentro de las tantas instituciones azuleñas con las que contribuyó, Santa colaboró denodadamente con el Centro Numismático y Literario “Bartolomé Mitre”, donde desarrolló una exquisita obra cultural.

Impulsada por Santa a pesar de su avanzada edad, en la Delegación Azul del Colegio de Escribanos, entre el 11 y el 19 de noviembre de 1972, se llevó a cabo la “Exposición del libro Martín Fierro”. Fue organizada por la Subsecretaría de Cultura de la Provincia de Buenos Aires y la Comisión de Cultura Municipal, en adhesión a la celebración del centenario de la aparición de la obra hernandiana, reeditando así la muestra realizada en 1931.

Tan longeva como la preciosa camelia de su jardín, a los 98 años, María de las Nieves Clara “Santa” Giménez de Ronco, falleció en el Sanatorio Azul el 28 de diciembre de 1984.

En la Parroquia San Antonio de Padua se llevó a cabo una misa de cuerpo presente. En el sepelio en el Cementerio Único, hicieron uso de la palabra, por la “Sociedad Protectora de Niños”, María Elena De la Torre de Casado y, por la “Liga de Madres de Familia”, Irma Irigoyen de Polero.

A través de su última voluntad, legó su hogar con sus maravillosas bibliotecas y colecciones a la Biblioteca Popular de Azul “Bartolomé J. Ronco”.






tumba que guarda los restos de la Famila Ronco



domingo, 22 de marzo de 2015

Ernestina Darhanpé de Malére

Ernestina Darhanpé, infatigable



Por Eduardo Agüero Mielhuerry


Ernestina Francisca María Darhanpé nació en la ciudad de Buenos Aires el 4 de octubre de 1882. Fue la quinta y última hija del matrimonio conformado por Jules Romain Darhanpé y Marie Elene Esteguy, ambos de origen francés. Sus hermanos fueron: José María y Eduardo Guillermo, ambos uruguayos, y las porteñas Victoria Rosa y Justina.
La numerosa familia se instaló en Azul a mediados de la década del ’80.
En 1898, la menor de los Darhanpé, a los 16 años, egresó de la Escuela Normal como Maestra, junto a Aurora Cano, Juana Gicolini, María M. de Islas, Isabel Merodio y Emma Montes. De inmediato, en el mismo establecimiento, comenzó a ejercer como docente.
Curiosamente, Ernestina recién fue bautizada por el sacerdote Agustín Piaggio cuando era una adolescente, el 1 de febrero de 1899. Esta demora estuvo dada a raíz del manifiesto anticlericalismo de su progenitor, Jules Romain, pero para entonces ya hacía un lustro que había fallecido.
El 9 de mayo de 1914, en la Iglesia Nuestra Señora del Rosario de Azul, Ernestina contrajo matrimonio con Pedro Malére.
            Pedro había nacido en Azul el 27 de agosto de 1874. Era hijo del comerciante francés Alejandro Malére y María Chayé. Graduado en la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires con medalla de oro en 1897, inmediatamente comenzó a ejercer su profesión en la función pública. Entre tantas, dirigió las obras ferroviarias a Bolivia. Empero quiso la suerte que tras el fallecimiento de su padre, ocurrido en 1909, debió regresar a Azul para administrar los negocios de su familia. Aquí conoció a la que sería su esposa y madre de sus tres hijos: Alejandro María, José María y Ernesto María.
El Ingeniero ejerció el cargo de Jefe de la Oficina Técnica Municipal en forma ininterrumpida entre 1917 y 1922. Desde esa función emprendió trabajos en distintas zonas de la ciudad, proyectó y dirigió las compuertas del Parque Municipal y las obras de nivelación de ese paseo y realizó un plano gráfico de la ciudad que fue editado en 1923.
Paralelamente, Ernestina fue nombrada directora de la Escuela N° 1 “General San Martín” a cuyo frente se hallaba hacia 1917. Luego fue nombrada en la Escuela N° 17, establecimiento al cual durante su dirección se lo llamó “Bartolomé Mitre”.


Tres a dos…


            Los cinco hermanos Darhanpé fueron personas muy destacadas en la sociedad azuleña. De hecho, eran formadores de opinión y educadores. Y fue así como, de alguna manera, la masonería y el catolicismo se los “disputaban”
José María y Eduardo eran miembros destacados de la Logia “Estrella del Sud” N° 25 de Azul, que operaba libremente en nuestro medio.
Definida a sí misma como una institución discreta de carácter iniciático, no religiosa, filantrópica, simbólica y filosófica, fundada en un sentimiento de fraternidad, la masonería en general tiene como objetivo la búsqueda de la verdad a través de la razón y el fomento del desarrollo intelectual y moral del ser humano, además de su progreso social.
            Azul le debió mucho de sus progresos a los Hermanos masones, quienes eran hombres de raigambre dentro de la comunidad. El Asilo Hiram (antecesor del Hospital Municipal “Dr. Ángel Pintos”), el Parque Municipal “Domingo Sarmiento”, la actual Catedral Nuestra Señora del Rosario, la Curtiembre y la Cervecería “Piazza Hnos.”, la Biblioteca Popular (hoy “Bartolomé J. Ronco), y tantos otros sitios de Azul son la evidencia palpable.
            Y los católicos -aquellos que tal vez por temor a los métodos ocultistas persiguieron a los “herejes” Hermanos de la escuadra y el compás (símbolos por excelencia de los masones)-, también supieron realizar diversas obras en beneficio de la comunidad, preocupados por los niños huérfanos, los ancianos, los menesterosos, los hambrientos y enfermos. Con el infinito perdón Divino, con la caridad como bandera y el servicio al prójimo como ley, desde la iglesia supieron encausar un sinfín de inquietudes propias, tendientes a mejorar la calidad de vida de aquellos que tanto lo necesitaban en el Azul tan teñido de contradicciones. Allí estaban las hermanas Victoria, Justina y, principalmente, Ernestina, fieles colaboradoras de la Iglesia.


Una obra inconmensurable


Un grupo de damas que dirigía el Padre César Antonio Cáneva, realizaba desde hacía algún tiempo la caridad domiciliaria, visitando preferentemente los hogares con ancianos de menos recursos. Entre ellas y los Vicentinos se repartieron la honrosa distinción de llevar el consuelo caritativo a muchas familias postergadas por la injusticia y las diferencias sociales.
Hacia marzo de 1921, la entonces Sociedad “Pan de los Pobres”, emanada de la Pía Unión de San Antonio, tenía a su cargo una humilde vivienda cerca del antiguo y ya desaparecido Hotel Roma, en la Avenida Centenario (actual Av. Monseñor C. A. Cáneva), donde funcionaba el conocido como “Asilo de Rey” (por el dueño del edificio, don Constantino Rey –joyero, relojero y masón-) y donde las damas de la Comisión se turnaban para atender a la decena de ancianos que allí habitaban.
El número de ancianos socorridos se fue elevando, haciendo pensar en la necesidad de mejorar y ampliar las instalaciones para asistirlos. En consecuencia, el Padre Cáneva le encargó a la Comisión buscar un terreno donde poder edificar un digno hogar.
El 4 de agosto de 1922 se realizó una reunión –informal- de la Comisión en la cual se resolvió buscar un terreno suficientemente amplio para edificar confortables instalaciones. Tenazmente, Ernestina tomó las riendas del proyecto junto a su esposo, Pedro Malére. Asimismo, Victoria respaldó con ahínco la labor abnegada de su hermana.
El primer Acta formal data del 22 de diciembre de 1922 y en ella quedaron plasmadas todas las expectativas puestas en el flamante proyecto. Luego de barajar varias posibilidades, Ernestina comprometió su firma y sus bienes como garantía para obtener el crédito bancario que se necesitaba para adquirir el terreno de dos manzanas comprendido por las calles Rivadavia, Coronel Pringles, Alvear y General Sarmiento, en pleno corazón del popular barrio “La Tosquera” (hoy “Barrio Norte”).
Gracias a una donación anónima ($ 2.000 m/n) y a la ayuda de la comunidad, se juntaron los $ 5.000 m/n necesarios para comprar el anhelado terreno. Sin embargo, nada fue sencillo y pronto quedó en evidencia que el trabajo recién comenzaba. Así pues, para juntar fondos se hicieron romerías, juegos, entretenimientos, remates de cosas usadas, etc.
El 7 de octubre de 1923, Día de la Patrona del Azul, el Padre Cáneva bendijo la Piedra Fundamental del monumental edificio proyectado ad honorem por Pedro Malére.


El gran día…


A poco más de un año de iniciada la tarea, trabajando sin pausa, bajo la estricta dirección de Malére, el pabellón principal del Asilo se inauguró el 11 de noviembre de 1924. Inmediatamente fueron trasladados los ancianos que estaban en el “Asilo de Rey”, reduciendo inmediatamente los gastos que ocasionaba el alquiler de dicha propiedad.
En breve, quedó concluido el complejo de pabellones y no pasó mucho tiempo para que en aquellas dos manzanas se incluyeran una huerta, una escuela, un templo, la casa parroquial y un comedor escolar. Todo fue hecho por la Comisión administradora del Asilo de Ancianos que presidiera, infatigable, durante muchos años, doña Ernestina.
Ella conocía los nombres de cada anciano, controlaba el almuerzo y conversaba con cada uno de ellos, pues consideraba que ellos no sólo necesitaban cobijo material, sino también un sustento espiritual y compañía, sobre todo compañía. Cuando culminaba su jornada laboral como docente, acompañada por su esposo y sus hijos, pasaba varias horas en el Asilo colaborando y con sus propias manos acercaban el alimento, los medicamentos o cualquier cosa que los asistidos necesitaran.
Por su parte, las Hermanas Azules tuvieron a su cargo la sacrificada tarea diaria de dirigir y asistir a los internados, como así también atender posteriormente la Capilla de Lourdes. Las religiosas de la Congregación de la Inmaculada Concepción (diecinueve en total) habían llegado a Azul el 17 de octubre de 1907. Por entonces habían sido recibidas por la estoica y querida María Gómez de Enciso, presidenta de las “Damas de Caridad del Sagrado Corazón de Jesús”, y el Padre César Antonio Cáneva.
Así, con el impulso irrefrenable de éste último, y el apoyo incondicional de diversas damas y azuleños en general, las monjas lograron numerosas obras para el bienestar de la comunidad, labor que se extendió en el tiempo por más de ochenta y cinco años…
Alrededor de 1930, con mucho esfuerzo, Ernestina logró que se construyera sobre el mismo terreno un salón para los chiquitos de edad preescolar. El establecimiento quedó a cargo de la señorita Rosario Coronel, secundada por Victoria “Tita” Darhanpé de Furcate, quienes trabajaban ad honorem.


Un año difícil


Al igual que su esposa, Pedro Malére también ejerció la docencia, siendo profesor de Física y Química en el Colegio Nacional. Asimismo, militó en las filas de la Unión Cívica Radical y en la Acción Católica, institución de la cual fue presidente.
Fue un compañero incondicional de Ernestina. Junto a ella, supo entregarse plenamente a la caridad, bregando siempre por educar en la Fe. Su deceso, que se produjo el 17 de agosto de 1933, fue un golpe muy duro para la familia y para la comunidad, dado que era muy estimado por su incansable labor.
Pero la vida siguió…
En un acta de 1933 rubricada por Ernestina se lee: “Desde marzo hasta ahora, muchas cosas han ocurrido, mis deseos eran reunirlas antes de esta fecha, pero no me ha sido posible, el asilo sigue desempeñando su santa misión, recoger ancianos chacosos, enfermos, sin cariño y sin hogar, albergarlos en su seno, alimentarlos y proporcionarles las comodidades necesarias, siempre bajo el cariño de las Hermanas Azules, encargadas de velar por ellos y hacerles llevaderos los años de vida que aún les quedan y también el cariño nuestro que pensamos en ello y en nombre de Dios y por ellos trabajamos. Bendito Señor, que sigue tan generosamente proporcionando a este asilo, día a día su protección y a pesar de la crisis y miseria, aquí se vive como antes, cobijados bajo el caritativo manto de la misericordia de Dios. Nos ha visitado el inspector general del Ministerio de Hacienda, señor Juan Gastaldi, revisó los documentos que eran necesarios y me dijo que del asilo se llevaba la mejor de las impresiones, expresó: ‘Señora, si en todas las sociedades, las cosas estuvieran tan ordenadas como aquí, los inspectores estaríamos de más, o por lo menos, nuestra terea sería sencillísima’.


Sin pausa hasta el final…


Aunque viuda, Ernestina siguió con su lucha y actuó en numerosas obras de beneficencia siendo, asimismo, la responsable de la construcción de la Capilla Nuestra Señora de Lourdes, cuya Piedra Fundamental se colocó el 17 de agosto de 1935 (día del segundo aniversario del fallecimiento de Pedro Malére) y se inauguró el 3 de mayo del año siguiente, siguiendo los planos de Enrique Douellit y una ardua y veloz obra de la Empresa “Toscano y Lattanzi” (cabe aclarar que la Gruta es una obra posterior inaugurada el 11 de febrero de 1960, réplica de la existente en Massabielle, Francia).
Ernestina hizo colocar debajo de la estatua de la Virgen de Nuestra Señora de Lourdes, en la capilla, las letras del alfabeto griego Alfa y Omega, porque creía que allí tenían que darse la mano el principio y el fin de la vida, y de alguna manera también evocaba las palabras de la Biblia: “Yo soy el Alfa y el Omega, dice el señor Dios, aquel que es, que era y el que vendrá, el Todopoderoso” (Apocalipsis 1:8).
A lo largo de su vida la apuntalaron cuatro sentidos vocacionales que hicieron a Ernestina un ejemplo: esposa, madre, maestra y benefactora de los humildes e infortunados.

A los 57 años de edad, Ernestina Francisca María Darhanpé de Malére falleció en su domicilio de la Avenida Mitre N° 826, en Azul, la madrugada del 11 de junio de 1940.





Tumba de la señora Ernestina Daranpe de Malere y su esposo Pedro Malere