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nicho que guarda sus restos |
Matías B. y Miñana
Por Eduardo Agüero Mielhuerry
Ventura B. y Miñana, era un español
que había llegado a las Provincias Unidas del Río de
Inició su
carrera como Maestro de Postas en Dolores. Luego intervino en el
combate de “Las Vizcacheras” al mando
de un grupo de indios, enfrentamiento en el que perdió la vida el coronel Federico
Rauch.
Ascendido a
coronel, Ventura Miñana integró la caravana fundadora del Fuerte San Serapio
Mártir y luego marchó con
Un particular homenaje
Como aconteció en la ciudad de
Buenos Aires, también los habitantes de los pueblos, guardias y fortines de la
campaña celebraron el acontecimiento.
La mañana del 25 de septiembre de
1835 comenzó con el oficio de la solemne Misa. En el precario templo del Azul,
sobre una silla “perfectamente adornada”
fue colocado un retrato del general Juan Manuel de Rosas que había sido traído
desde Tapalqué por el coronel Bernardo Echeverría y el cacique Catriel,
acompañados ambos en la ocasión por una nutrida caravana de comerciantes,
hacendados y vecinos de la zona, como así también caciques, capitanejos e
indios amigos.
Concluidos
Pasado el mediodía se sirvió una
comida en la que reinó la más cordial camaradería. No obstante lo sucedido, al día siguiente, reconocidas mujeres
de la sociedad azuleña pasearon el retrato de Rosas sobre un carro triunfal por
las calles del pueblo, avanzando entre sones musicales. Entre otras,
sobresalían María Trinidad Ponce de Miñana,
Melchora Medina de Artalejo, Lorenza Almirón de Preciado y Sebastiana de
Echeverría.
Luego hubo un gran baile popular y
entre tanto se pronunciaron encendidas arengas a favor del Gobernador y su
esposa, doña Encarnación Ezcurra.
La nota emotiva de los festejos
estuvo dada por el discurso del cacique Juan Catriel.
Los festejos federales del Azul
mostraron a propios y ajenos su confianza en el “Restaurador de las Leyes”. Y
los Miñana
fueron leales protagonistas…
Una invasión feroz
Hacia finales de 1837 y comienzos del
año siguiente, desde la cordillera, cubriendo con formidables escuadrones los
senderos que conducían al río Agrio y del Neuquén, nutridas hordas de
aborígenes arrasaron múltiples estancias de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe.
Los invasores arribaron con más de dos
mil lanzas. Rosas, que tenía varios frentes de batalla abiertos por sus
particulares políticas, no descuidaba las fronteras, sin embargo, la defensa de
las mismas distaba mucho de ser eficaz.
Mientras los “voroganos” se retiraban con cien mil cabezas de ganado y muchos
cautivos, fueron valientemente enfrentados por las tropas de la frontera, con
las cuales sostuvieron frecuentes y desventurados combates, que los obligaron a
abandonar buena parte del importante botín.
Esta invasión al Azul, mandada por el
cacique Railef, tomó en cautiverio a decenas de mujeres. Pero no
conformes, los indios también quemaron todo a su paso y arrearon hasta el
último animal de las haciendas familiares, haciendo a su vez prisionero al
coronel Ventura Miñana y doce soldados.
Miñana, que era un valiente jefe, en la
ocasión propicia y durante la retirada de los bárbaros hacia Salinas Grandes,
con dos soldados que lo acompañaban, jugó sus últimas barajas y con unos
caballos de reserva logró fugarse heroicamente. Después
de serias penurias, llegó al Fuerte San Serapio Mártir del Arroyo Azul
y puso en conocimiento de las autoridades militares lo que había sucedido con
sus compañeros.
Cuando Railef
se retiraba hacia Chile con 100.000 cabezas de ganado, por orden de Rosas,
Calfucurá lo atacó con 1.000 guerreros en Quintuco (cerca de Loncopué en
Neuquén), matando a Railef y a 500 guerreros.
Con la divisa rojo punzó
En el “Censo
de Propietarios y Ganaderos” de julio de 1839, en el rubro “con capital en giro y hacienda”,
Ventura Miñana figuraba entre los 172 integrantes de dicha nómina, marcando a
las claras que el capital constituido por él era más que considerable.
El 1 de enero
de 1840, el coronel Miñana se encontraba al frente del Escuadrón de Milicias del Fuerte
Azul de San Serapio Mártir, el cual tenía como objetivo el “control del campo exterior de las Sierras”.
El escuadrón estaba integrado por: los sargentos Juan Esteban Selís y Policarpo
Luna; los cabos Pedro Ávalos y Juan Cosme Maidana; y los soldados Clemente
Vivas, Cornelio Lazo, Pablo Gallardo, Remigio Pardo, Tiburcio Negrete, Gregorio
Sallago, José Sánchez, Marcelino y Mariano Mallende, José Ponce, Manuel Antonio
Guerreros, Mauricio y Anastasio Álvarez, Patricio Suárez, Pedro Ojeda y Gerardo
Rodríguez.
En ese mismo
año falleció doña María Trinidad Ponce de Miñana.
Habiendo
recibido en su momento ciertos “beneficios”
por parte del gobernador Juan Manuel de Rosas, en 1848, Ventura
contribuyó con la contundente suma de mil pesos a la “causa federal”, en
momentos de lucha contra el unitario uruguayo Fructuoso Rivera. Por
entonces, Francia e Inglaterra habían
decidido adueñarse de la navegación en los ríos Paraná y Uruguay, de tal forma
de dominar el comercio de mercaderías en el Río de
Cabe agregar y
destacar que la contribución de Miñana fue la segunda en importancia dentro de
la extensa nómina de “donantes”, lo cual marca a las claras su compromiso con
el rosismo y su importante poder económico.
A pesar de que
en muchas oportunidades las prioridades pasaron por los conflictos que
enfrentaron a unitarios y federales, las fronteras continuaron siendo
vulneradas en sucesivos malones de bravura variable. En uno de ellos la
desgracia volvió a golpear a los Miñana, pues se llevaron a una parte
importante de la familia cautiva y todos sus ganados. No
obstante, a pesar de las dificultades,
Más allá de la considerable fortuna que
logró amasar, las adversidades que vivía permanentemente en la pampa bonaerense
lo llevaron a dudar más de una vez sobre su futuro en estos pagos. Habiendo
logrado una destacable reputación, don Ventura Miñana falleció hacia 1858,
dejando a sus hijos un importante legado en campos y hacienda.
El 28 de octubre de 1858, con 19 años de
edad, falleció Inocencio, el menor de los hermanos Miñana.
A pesar de todo…
Matías Barragán y Miñana fue un criollo
aindiado, hijo del coronel Ventura Miñana y de doña María Trinidad Ponce, que
nació en la ciudad de Buenos Aires, en el año 1833.
Llegó a los pagos del Azul, muy pequeño,
junto a su familia. Por estas tierras fronterizas, complejas, de luchas
permanentes, Matías fue curtiendo su carácter de manera particular, siendo, a
pesar de todo, moderado al momento de hablar e implacable al actuar.
San Gregorio y el bautismo de fuego
La batalla de Caseros, que había
terminado con el gobierno de Juan Manuel de Rosas, había sido
ganada por una amplia alianza, en la que formaban parte los federales del
Litoral, los unitarios del interior y de la ciudad de Buenos Aires, y apoyos externos.
La organización subsiguiente, en consecuencia, debería surgir de alguna forma
de entendimiento entre unitarios y federales. Además, existía un enfrentamiento
latente entre los intereses de la provincia de Buenos Aires y las del interior.
Durante los meses que siguieron a la
batalla, las provincias del interior llegaron a un amplio acuerdo con el
general Justo José de Urquiza, a quien dieron el mando provisorio del
país y encargaron organizar
Alarmado por el retroceso institucional
que esto significaba, el general Urquiza dio un golpe de Estado, disolvió la
legislatura porteña, expulsando a los más notorios rebeldes, y asumió
personalmente el gobierno. En los dos meses que siguieron, fueron electos y se
reunieron en Santa Fe los miembros de
Pero el 11 de septiembre de 1852, cuando
Urquiza estaba en viaje hacia Santa Fe para inaugurar sus sesiones, los líderes
unitarios derrocaron al gobernador delegado y rechazaron una vez más el
Acuerdo. De hecho, se separaron del resto del país, iniciando lo que se llamó
el Estado
de Buenos Aires. Urquiza inauguró
Los porteños organizaron dos ejércitos:
uno se estableció en San Nicolás, al mando del general Gregorio Paz. El otro
ejército invadió Entre Ríos en noviembre, dividido en dos cuerpos, uno al mando
de Juan Madariaga y el otro de Manuel Hornos. Pero la doble invasión fue
derrotada por los entrerrianos.
El Comandante de Campaña, coronel Hilario
Lagos, se pronunció contra el gobierno el 1 de diciembre. En pocos
días, dominó los partidos del interior de la provincia y se dirigió sobre
Buenos Aires.
A pesar de que las milicias urbanas,
dirigidas por Bartolomé Mitre, evitaron que la ciudad fuera tomada en el
primer asalto, las tropas de Lagos la rodearon con un cerco militar y, en menos
de una semana, le impusieron un verdadero sitio.
El gobernador, Manuel Guillermo Pinto,
se entrevistó con Mitre y con el coronel Pedro Rosas y Belgrano, el cual le
aseguró que contaba con simpatías suficientes en los cantones de frontera sur
con los indígenas, como para enfrentar a Lagos desde la retaguardia. El Gobernador
envió a Rosas y Belgrano con unos pocos acompañantes al puerto del Tuyú y le
prometió enviarle en unas semanas un importante refuerzo, especialmente de
infantería.
Apenas desembarcado, Rosas y Belgrano
convocó a los caciques indígenas para que cumplieran sus compromisos de un año
antes, en que habían prometido defender a Buenos Aires de un ataque exterior.
Reunió varios grupos dispersos, y marchó hasta Dolores, donde logró
reunir unos 3.500 hombres y algo más de 1.000 indios. Pronto regresó hasta la
costa del río Salado, a esperar la prometida expedición naval con armas y
municiones, que nunca llegó. Se instaló cerca de la desembocadura del río, en
el puesto de “San Gregorio”, donde apenas había un monte de talas y un
rancho.
El jefe de la vanguardia del ejército de
Lagos, Juan Francisco Olmos, reunió algunos hombres y se estacionó en
El “Combate de San Gregorio”, se
desencadenó el 22 de enero de 1853.
Al llegar frente al ejército enemigo,
Costa puso a sus tropas al mando del general Paz, jefe de su estado mayor. Por
su parte, Rosas y Belgrano delegó el mando de las suyas en el coronel Faustino
Velazco, recién incorporado al ejército porteño.
Las tropas de ambos ejércitos formaron
en la ubicación tradicional, con sus alas de caballería y su centro de
infantería y artillería. Sin embargo, antes de terminar de ubicarse, los
indígenas del ejército de Rosas y Belgrano conferenciaron con los indios que
venían en el ejército federal; y, de común acuerdo, todos abandonaron el campo de
batalla.
Con ese cambio, la situación quedaba
ampliamente a favor del ejército de
Paz, que no estaba seguro del número de
sus enemigos, inició el ataque con una carga de caballería muy cautelosa.
Tanto, que fue fácilmente rechazada por las exiguas infantería y artillería
porteñas. Pero cuando el teniente coronel Nicanor Otamendi pretendió
contraatacar, sus hombres se negaron a obedecer y lo tomaron prisionero.
Pasaron entonces dos horas de expectativa, con los dos ejércitos intentando
mejorar sus posiciones.
Viendo la situación, Paz ordenó un
ataque general de su caballería, que se llevó por delante al ejército enemigo
en minutos. Muchos de los soldados intentaron salvarse lanzándose al río, pero
las barrancas de la costa les impidieron terminar el cruce y muchos murieron
ahogados. Sin embargo, los menos, como el joven y valiente Matías B. y Miñana, de
casi veinte años, pudieron concretar la hazaña nadando por el imponente río.
Otros, como el coronel Velazco, quedaron encerrados contra las altas barrancas
y fueron muertos.
Los que fueron alcanzados antes por los
oficiales que por los soldados, como Ramos Mejía, Otamendi y Rosas y Belgrano,
salvaron sus vidas empero fueron tomados prisioneros. Sólo muy pocos pudieron
escapar, entre ellos el coronel Campos y el joven de 18 años José
Hernández (quien 20 años más tarde publicaría su célebre “Martín
Fierro”), que en dicho combate tuvo su bautismo de fuego habiendo
formado en las partidas que habían bajado de la zona de Sierra de los Padres.
Al mediodía, la batalla había terminado.
Poco después, un consejo de guerra
presidido por el coronel Isidro Quesada condenó a Rosas y
Belgrano a muerte, a pesar de la defensa que de él hizo el coronel Antonino
Reyes. Pero Lagos no quiso cumplir la orden (por “llevar la sangre del ilustre general Belgrano”) y lo puso en
libertad.
Matías B. y Miñana regresó a sus
pagos para recordar con orgullo y honor el que fuera su bautismo de fuego.
De vuelta a los pagos azuleños…
Matías contrajo matrimonio en el Azul
con Carmen
Espíndola, ocho años menor que él, con quien tuvo, al menos, tres hijas
nacidas en estas tierras: Eva (25 de abril
de 1871), Eleuteria Evita (20 de febrero de 1874) y Carmen Victorina (5 de
octubre de 1877).
Entre el 1 de agosto de 1872 y el
7 de diciembre de 1873 (período marcado por el Libro de Defunciones de
La más sangrienta de las batallas
Manuel Grande,
Chipitruz
y Calfuquir,
invadieron en 1871 los partidos de Azul, Olavarría y Tapalqué. Al encuentro de
los invasores salieron los comandantes Celestino Muñoz y Matías
B. y Miñana. La fuerza de estos jefes se componía en su mayor parte de
vecinos del Azul y soldados del Regimiento N°16 de
El 3 de mayo
los invasores presentaron batalla en
Cipriano
Catriel llegó en protección de los cristianos
al frente de un Regimiento de indios de su tribu en el preciso momento que las
hordas de Manuel Grande estaban a punto de decidir el enfrentamiento a su
favor.
Los
comandantes Muñoz y Miñana, que hacían esfuerzos denodados por contener la
carga irreverente y furiosa de los indios, estuvieron a punto de quebrarse ante
la avasallante tormenta de lanzas embravecidas que los acosaban.
Cipriano
Catriel tendió su línea de defensa con la intención de atacar por el flanco a
los indios de Manuel Grande. Muñoz, que no perdió su serenidad se dio cuenta
del movimiento de su aliado, y mientras exhortaba a sus soldados a sostenerse
en sus puestos, rápido enderezó a gran carrera hacia donde Catriel maniobraba.
Ambos, al frente de los indios catrieleros, cargaron con valeroso empuje
destrozando el ala izquierda del enemigo que era mandada por el cacique
Calfuquir.
Los soldados
del 16 de Guardias Nacionales y los vecinos armados que se habían mantenido
firmes defendiéndose con bravura, al ver llegar a su jefe y a Catriel
comenzaron a exclamar con profunda exaltación vivas al Gobierno bonaerense, a
sus jefes, y al cacique general Cipriano Catriel.
El pronóstico
cambió por completo.
En el ala
derecha se batía con bravura y coraje el comandante Miñana. Un lanzazo lo hirió
en el muslo y otro dio muerte a su caballo, logrando que el jinete se
desplomara imprevistamente sobre unos pajonales. En el momento de confusión, perdiendo
sangre a borbotones, Miñana se improvisó un torniquete en la pierna mientras
algunos de sus compañeros de lucha lo cercaron con sus caballos para
protegerlo. Apenas estuvo listo, sin dudarlo ni temer por la suerte de su
herida, el valiente Comandante montó sobre otro corcel y arremetió contra sus
enemigos con una inconmensurable decisión.
Con algunos
soldados del 16 y los vecinos del Azul, Miñana logró dispersar a la indiada que
huyó en desesperante desorden. Catriel con sus lanceros completaron la dispersión,
persiguiendo a los invasores y lanceando a los que quedaban a su alcance. La
piedad no fue el denominador común.
Envuelto en
una espesa polvareda, el cacique Calfuquir quedó apartado de sus
indios en el campo de batalla. Apenas logró orientarse pretendió huir, empero
en ese instante lo reconoció el capitanejo Villanamun, uno de los indios de la
tribu de Catriel.
Villanamun,
que se percató del despiste de su adversario, se apuró a perseguirlo. Apenas
pudo le boleó el caballo. Calfuquir intentó liberar a su animal, pero no pudo.
Sin piedad, Villanamun se abalanzó sobre él blandiendo su temible lanza.
Quedaron frente a frente, desafiándose para batirse a duelo. Uno, dos… decenas
de lanzazos y un vencedor. Calfuquir cayó agonizante y al instante su cabeza se
convirtió en un trofeo.
La decidida
acción de los comandantes Miñana y Muñoz, y del cacique general Cipriano
Catriel, evitó que el desbocado malón encabezado por Manuel Grande, Chipitruz y
Calfuquir hubiera penetrado hasta el corazón mismo de
Las espadas del héroe
En
agradecimiento a la incansable lucha en beneficio y resguardo del pueblo, el
presidente de
Por su parte, debido a la
destacada participación en
Logia Masónica
“Estrella del Sud N°
Buscando encauzar sus ideales,
como muchos hombres de la época, el comandante Matías B. y Miñana se incorporó
al Cuadro de
Hacia 1874 fue nombrado Segundo
Experto dentro de la organización de
El viejo vecino de Olavarría
En las
presentaciones al Gobierno, elevadas por vecinos de Olavarría y Azul para que
se deje sin efecto el traslado de
En
1875, las hordas indígenas pusieron sitio a Azul y Olavarría. En San
Jacinto estaba organizada la estancia de don Celestino Muñoz, que
consiguió pasar con peones y caballada hasta Azul, poniéndose a las órdenes del
Ejército, en tanto el establecimiento era arrasado. El 30 de diciembre el teniente
coronel Vintter derrotó a los indios sublevados en el combate de
Los primeros pasos en la política
El 2 de febrero de 1872, don
Matías B. y Miñana aparece por primera vez designado como Municipal, es decir,
cumpliendo funciones similares a las que desempeñarán en el futuro los concejales.
Hacia 1876, fue nombrado Presidente
de
El malón de Namuncurá contra Olavarría
El cacique Namuncurá, insatisfecho por no haber
obtenido la victoria a que aspiraba, volvió a amenazar a las tropas nacionales
con unos dos mil lanceros en la madrugada del 2 de agosto de 1876.
El coronel Antonio Dónovan debió enfrentarse a
los lanceros de Catriel que a su vez estaban apoyados por algunos indios de
tribus chilenas.
Dónovan avanzó con tres columnas compuestas incluso
por vecinos de la misma Olavarría que era la principal
amenazada. Los objetivos de las tropas eran los indios que a caballo
permanecían ocultos entre los pajonales.
A pesar de la ventaja numérica de Juan José Catriel y sus
indios, huyeron dispersándose revoltosamente. No obstante, Catriel, que conocía
las costumbres de los cristianos, entre los que había vivido algún tiempo,
procuró entretener a Dónovan para alejar subrepticiamente la mayor cantidad
posible de ganado.
En la mañana del día 8 la
tranquilidad reinaba hasta que las milicias notaron que el enemigo emprendía la
retirada en tres columnas, en dirección a Mari Lauquen con un arreo
considerable. Sin pérdida de tiempo Dónovan le ordenó al comandante Matías
B. y Miñana se incorpore a las fuerzas que, procedentes de Buenos
Aires, venían al mando del sargento mayor Pablo Belisle.
La marcha se inició con tres
columnas compuestas por la guardia nacional de Olavarría, una compañía del
Regimiento Alsina y
A algunos kilómetros, los bomberos
informaron que los indios apresuraban la fuga. Entonces se le ordenó a Miñana
que con las fuerzas a su mando procure adelantárseles, mientras el resto de la
tropa iba al galope en dirección a la retaguardia enemiga, la que, alcanzada en
una carga violenta, tuvo que abandonar parte del arreo.
El bravo Miñana no se detuvo en el primer
choque y se dirigió al Fortín Almada, donde los fugitivos
pretendieron resistir. Ante el doble ataque llevado a cabo por él y el teniente
Jorge
Reyes, caracterizados el del primero porque cargó a su frente acosando
al enemigo y el del segundo por haber ejecutado un movimiento envolvente
cayendo en el flanco izquierdo de los indígenas, se vieron forzados a seguir
huyendo.
El ataque fue repelido con fiereza y mucho coraje. Sin
embargo, Namuncurá seguiría poniendo en jaque a la frontera...
En julio de 1878 se llevó a cabo una invasión no muy
numerosa que así quedó registrada en un parte militar: “Ha tenido lugar una invasión de cuarenta indios, a nueve leguas de
este pueblo. Son los que penetraron el domingo por la frontera a cargo del
comandante Antonio Dónovan. De la estancia de don Matías B. y Miñana y de las
inmediaciones, se llevaron un arreo de dos mil yeguas y caballos. La invasión
ha abrazado todas las nacientes del Arroyo Azul. Ha tenido lugar un desgraciado
combate entre los vecinos y los indios. Cuatro vecinos muertos y seis heridos.
De los indios, dos muertos…”.
El difícil camino de la política
En 1878, año en el que los Miñana volvieron a recibir
un duro golpe económico, Matías fue nuevamente convocado como Municipal.
El teniente coronel don Ventura
Miñana, el mayor de los hermanos, murió en 1882, llenando de dolor a la
familia.
El 4 de junio de 1884, Matías y su esposa Carmen adoptaron
a un pequeño “hijo de padres indios no
conocidos”, nacido, según consta en los registros parroquiales, “más o menos en
En un acta del Honorable Concejo
Deliberante del 18 de noviembre de 1899, Matías B. y Miñana aparece conformando
el cuerpo deliberativo junto a reconocidos vecinos como el Dr. Ángel
Pintos, Antonio Aztiria, Marcial Petersen, Adolfo
Vidal e Irene Navas.
Hacia 1900, el Honorable Concejo
Deliberante estaba conformado por cuatro Radicales como Miñana, Ocampo, Astorga
y Porterrieu; cuatro Cívicos Nacionales: Pintos, López,
Aztiria y Zabala; y dos Autonomistas Nacionales: Navas y
Vidal.
Desempeñándose el señor Alejandro
Brid como intendente, Miñana continuó integrando el cuerpo deliberativo,
rodeado de personalidades destacadas como Irene Navas (Presidente del Concejo);
Joaquín López y Emiliano Astorga (Vicepresidentes 1° y 2° respectivamente); y
Ángel Pintos, Martín Álves, Antonio Aztiria, Adolfo Vidal, Marcial Porterrieu,
Vicente Gauthier (Vocales).
Poco más tarde, Miñana pasó a
conformar
Vale aclarar que en todos los cargos
que desempeñó no cobró dieta alguna o apenas tuvo ingresos paupérrimos. Sin
embargo, las inquietudes sociales y políticas del comandante Matías B. y Miñana
lo llevaron a destacarse con prontitud en los círculos azuleños y olavarrienses
en los que tuvo actuación. Mas siempre su palabra, justa y mesurada, fue tenida
en cuenta dada su experiencia no sólo como hacendado sino encabezando duras
batallas como simple soldado o hasta capitán de
Azul, el epicentro de
El 30 de julio de 1893, procedente de
Las Flores, Hipólito Yrigoyen arribó de incógnito en tren a Azul.
En su campo “El Trigo”, ubicado en el
Partido florense, Yrigoyen se había retraído un tiempo atrás pergeñando su
revolución contra un régimen político fraudulento y autoritario que, según su
visión, hundía al país en una profunda crisis política, social y económica.
Tras un importante esfuerzo logró reunir un gran número de hombres a los cuales
se ocupó de armar.
Las autoridades municipales y los
toscanistas se atrincheraron en el Palacio Municipal. Sin embargo, pronto
debieron deponer su actitud. Hipólito Yrigoyen armó una comisión y puso al
frente de
En Azul, el radicalismo no tenía caudal
político, pero la revolución pudo triunfar gracias al apoyo de los seguidores
del general Bartolomé Mitre que constituyeron los contingentes más numerosos
para la lucha.
Con el doctor Isidoro Sayús en
La revolución que se había iniciado
simultáneamente en 82 ciudades, triunfó en todas partes de la provincia,
llegando a contar con un ejército de 8.000 hombres. Sin embargo, el 25 de
agosto el Comité Provincia de
Revolucionario hasta el final
El comandante Matías
B. y Miñana, fue uno de los revolucionarios, a pesar de que en aquella
época ya era un “noble anciano”, que
al paso de los años y de las ingratitudes de
Una
fotografía, tomada en 1893, presenta al viejo luchador ciñendo la gloriosa
espada que el pueblo del Azul le regalara en 1871, y la cual sacara a relucir
para defender
Un héroe empujado a la mendicidad
Tal vez enferma de soberbia, e
ingrata, nuestra ciudad se ocupó de olvidar deliberadamente la obra y la lucha
de uno de sus hombres más destacados. Esas cuestiones del destino, que a veces reserva
bronces para los traidores y anonimatos para los héroes, empujaron al destacado
comandante Matías B. y Miñana a una situación por demás extrema e inmerecida
totalmente.
En 1898, el diario azuleño “El
Imparcial” (Año V N°619), a pesar de ser su adversario político,
publicaba: “El comandante Miñana. Este
viejo servidor del Azul se ha dirigido a algunos vecinos antiguos para comprobar
ante los poderes públicos, algunos de los muchos servicios que ha prestado, con
desinterés y abnegación poco comunes.
No somos amigos políticos del comandante Matías B. y Miñana, y nuestras
palabras, por lo tanto, no pueden ser tachadas de parciales e interesadas, hoy
que todo se somete y se mide por el cartabón menguado de la pasión política.
Conocimos ayer la solicitud del señor Miñana a que nos referimos, dirigida a
algunos vecinos, y un impulso poderoso de justicia nos movió inmediatamente a escribir
este ligero suelto, como una manifestación espontánea de simpatía, de un órgano
de publicidad del Azul, hacia el meritorio ciudadano que tan señalados
servicios ha prestado a esta población en los tiempos difíciles de su
organización social.
Y no sólo el Azul tiene profundas deudas de gratitud para el Comandante
Miñana: las tienen también Juárez, Tandil, Tapalqué, Las Flores, etc.,
vecindarios por cuyos intereses, por cuyas vidas, amenazados por las hordas
salvajes, más de cuatro veces peleó resueltamente; los tiene, bien puede
decirse, el país en general, por los servicios prestados en diferentes campañas
militares.
Muchos que no han prestado ni la décima parte de los servicios del Sr.
Miñana, ocupan hoy, por favoritismo oficial, encumbradas posiciones: es verdad
que habrán adulado a los altos y se habrán arrastrado humildemente por sus
antesalas; cosas que no ha hecho nunca nuestro modesto convecino.”.
Ahora que somos
viejos…
El diario azuleño “El Pueblo”, el 5 de mayo
de 1901 publicó una misiva que le enviara Matías B. y Miñana a su viejo
compañero de armas, a la cual encabezó de la siguiente manera: “…la sublevación de los caciques Manuel
Grande, Chipitrú y Calfuquir, que fue contenida y dominada por
Azul, mayo 3 de
1901.
Sr. Celestino
Muñoz:
Hoy
se cumple el 30 aniversario de la jornada de
Ahora
que somos viejos, que nos acercamos al fin de una tan azarosa vida, es grato
recordar aquellas acciones en las que luchamos juntos.
Reciba
mi viejo amigo, sinceras congratulaciones de su antiguo compañero de armas en
luchas fecundas por la civilización y en las que fuimos obreros y soldados.
Atte.
Matías B. y Miñana.
La respuesta por parte del vecino
olavarriense no se hizo esperar y apareció publicada en el mismo medio el día
8.
Azul, mayo 5 de
1901
Sr. Matías B. y
Miñana
Estimado amigo:
A
mi regreso de Olavarría me encuentro con su carta que trae recuerdos altamente
honrosos para
Le
recuerdo algunos hechos. Participé en San Gregorio, donde los vecinos del Azul
defendieron las libertades públicas y fueron contra las huestes de Urquiza a
batirse con desigualdad numérica contra tropas organizadas y al mando de jefes
de alta reputación, pero pelearon con decisión y cayeron como bravos, vecinos
como Jacinto Nievas y muchos otros, prisioneros y heridos, Justo Martínez, Juan
Muñoz, y otros salvando milagrosamente la vida; el joven Miñana, que peleando
valientemente, pudo salir con otros, pereciendo muchos de ellos ahogados al
pasar el Salado.
En
Esa
misma Guardia lo acompañó a Ud. a
Atte. Celestino Muñoz.
La muerte de un valiente
Matías B. y Miñana murió en Azul el 11 de octubre de 1905. Se hallaba
viviendo solo, pues había enviudado varios años antes, en un domicilio sito en
Moreno y Benito Juárez (actual Gral. Julio A. Roca), el cual estimamos ocupaba
en préstamo, ya que su situación económica era absolutamente precaria.
Falleció a los 73 años tras una
rápida y devastadora enfermedad que lo llevó a una masiva infección intestinal.
El intendente Eufemio Zabala y García
firmó un Decreto en el que en su Art. 1 establecía que “
Los restos del benemérito vecino, del
héroe que todo lo dio por el Azul y su gente, fueron sepultados en el nicho 18,
sección 4, fila 3, del Cementerio Central.
EXTRAS:
El primer Hospital del Azul
El primer Hospital de Tropa del Azul,
fue habilitado el 1 de julio de 1837. El humilde establecimiento estaba
preparado para atender a unos treinta enfermos y a su frente se hallaba el Dr.
Manuel Ramos.
La sencilla sala de atención médica fue
instalada en una casa que se le alquilaba a Ventura Miñana (padre), ubicada en
la esquina de las calles XVI y XXVI (actuales Corrientes y Colón). Dicha casa,
años más tarde, pasó a ser propiedad del cacique Cipriano Catriel
(lamentablemente en la actualidad fue demolida).
Suertes de Estancia
Una de las más viejas estancias
del sur del partido está ubicada en
No era difícil que un fortín
pasara a ser estancia, siempre que se tuviera la fortuna de conseguir que el
gobierno escriturara el fortín a nombre del jefe militar. Los Miñana tuvieron
esa ventaja, pero no les duró demasiado…
Los campos, linderos con Benito
Juárez y Olavarría, tardaron mucho más en ser adjudicadas en Suertes de
estancias y poblados, por hallarse
durante más tiempo en situación de “fuera
de frontera” y frontera propiamente dicha, al sur del pueblo de Azul. Estas
tierras, lejos de las rutas a Buenos Aires, estuvieron vacías mucho más tiempo
y, aunque adjudicadas, en algunos casos tardaron mucho en poblarse.
Los hermanos Miñana, a la par que
protegían la comarca, aprendían a hacerse estancieros, ya que con la
designación para defender el lugar recibieron la adjudicación de varias
extensiones de tierra. En esos campos nacen los cañadones, varios brazos
angostos que serpentean la llanura y que finalmente se unen en una sola
corriente que forman el cauce del Arroyo Azul.
Un total de once Suertes de
Estancia -entre la 207 y la 215, como así también la 114 y la 115-
pertenecieron a los diversos miembros de la familia Miñana. Hay registros de
ellos, al menos, hasta 1872 y en lo sucesivo aparecen menciones aisladas como
“Miñana” o “Tapera de los Miñana”, sin mayores especificaciones. Sin embargo,
nada quedó en poder de estos denodados defensores de la frontera, los cuales
consumieron todos sus recursos y hasta sus últimas energías en pos de la
protección del Azul.
El Fortín Miñana
La estancia “
Los Miñana, prácticamente desde
la fundación de Azul, fueron comandados para defender el sur del Partido, instalándose
en
El Fortín
Miñana fue instalado después del año 1863 y formaba parte de
Se hallaba ubicado
casi en las puntas del Arroyo Azul sobre su margen izquierda, a
Los fortines como el Miñana
servían de apoyo a los fuertes. Formando una cadena con otros fortines diseminados
en el campo, constituían una defensa regional enlazándose además como un medio
de información para los centros principales. Se componían simplemente de un
recinto fortificado con palos atados entre sí, un mangrullo y un zanjeado
circular. Las carpas o ranchos de barro de los soldados se instalaban fuera del
perímetro y un corral para la caballada. En caso de ataque, soldados y animales
pasaban al fortín propiamente dicho.
En 1866 su
guarnición estaba compuesta por un capitán, un teniente primero, un sargento
primero, dos sargentos segundos, dos cabos primeros, dos cabos segundos y trece
soldados.
Los malones,
duras vicisitudes y el tiempo se ocuparon de desmantelar absolutamente todo…
Un tesoro empeñado
En el
periódico “
Tal vez hijo de esa fatalidad el comandante Miñana
sirvió a
Quien la halló
en
El conocido
periodista Del Valle encomendó a los señores Rafael y Celestino Muñoz, de
Olavarría, para que ellos propicien también el levantamiento de una suscripción
popular para rescatar la espada y enviarla luego al Museo Histórico Nacional.
En
su misiva, Del Valle agregaba: “la espada
de Miñana no puede permanecer un solo instante donde se encuentra. Por eso los
invito a reunir los $400 en que está empeñada y por tanto me suscribo con $25.
No dudo un instante que esta noble iniciativa será acogida con sinceridad, pues
no tiene otro móvil que sacar del olvido esa histórica joya, rememoradora de
tantas glorias de aquel bravo que se llamó Matías B. y Miñana, que nació y
vivió rico y murió podría decirse en la indigencia”.
Mientras en
Azul nada se concretaba en favor del rescate de la espada del Comandante
Miñana, en Tandil los trabajos se realizaban con gran entusiasmo. En breve, la contribución
de los vecinos de esa ciudad para el rescate alcanzó los $150, destacándose en
la nómina de colaboradores los señores: Ramón Santamarina (h), Jorge Santani,
Arturo Santamarina, Nicolás Avellaneda, Faustino Iturralde, Alfredo y Horacio
Echagüe, Honorio Elgue, Francisco M. Amephil, entre otros.
El comandante
Matías B. y Miñana había sido un estanciero rico, pero que vendió todo por su
elevado amor a la patria para hacer frente a las imperiosas necesidades de
aquella campaña, quedando reducido después de haber triunfado a una miseria
casi espartana, que lo obligó más tarde a desprenderse de su único y precioso
capital, su espada triunfadora, la cual sigue perdida en las nebulosas de la
historia y el tiempo…
En
el Museo
Etnográfico y Archivo Histórico “Enrique Squirru” de nuestra ciudad se
conserva la espada que le fuera obsequiada a Celestino Muñoz, idéntica
a la entregada a nuestro vecino Miñana.