Este Blog es en homenaje a los que descansan en el Cementerio de Azul (Prov. de Buenos Aires, Argentina), que nos precedieron en el duro camino de la vida y que con su esfuerzo y dedicación contribuyeron a hacer grande a esta ciudad. Nació de la mano de Vicente Lencioni y hoy nos toca continuar su legado, siguiendo el principio que él se planteara al construir este sitio.
CEMENTERIO DE AZUL Homenaje a la majestuosidad de la muerte y a la síntesis histórica. La ciudad de Azul, provincia de Buenos Aires, Argentina, rinde homenaje a la majestuosidad de la muerte, con una imponente escultura hecha en 1938, por el arquitecto e ingeniero Francisco Salamone. Esta escultura representa un ángel flamígero con una espada en las manos. Como dijo alguien, pareciera que estuviera marcando la frontera entre la vida y la muerte; además esta representando para los creyentes la esperanza de la resurrección. Entrando ya al interior del Cementerio encontramos dos cenotafios que rinden homenaje a los muertos de los dos grandes partidos políticos cuya ideología la podemos considerar fundacional de la Argentina moderna. Uno es en homenaje a los muertos en la Revolución Radical, de 1890 y el otro es en homenaje al Teniente General Juan Domingo Perón y a su esposa María Eva Duarte. Es como si esta Ciudad Cervantina, de profundas raíces Pampas, en la que hace años se señoreaban los pueblos originarios, tierra en que tantos desencuentros se produjeran, quiere ser hoy la heredad de la síntesis unificadora de tantos años de desencuentros.



A los desaparecidos de toda la tierra, de todas las épocas por distintos motivos, quienes con su sacrificio han hecho posible que "la muerte le enseñe a los vivos" a soñar con un Mundo lleno de respeto por las ideas del otro.

(José Vicente Cuenca Phd Departamento de Antropología Universidad Nacional de Colombia Santa Fé de Bogotá, 1994)


domingo, 19 de septiembre de 2010

Lopez claro


sepulcro de Lopez claro


otra vista del mismo donde se distinguen los simbolos masonicos


simbolo masonico

el dintel presenta el símbolo del disco solar alado, asociado al Uraeus o serpiente divina.


"El artista que expone su producción al público, debe obedecer simplemente, libre de todo otro incentivo, a una necesidad íntima: hacer de ese público un confidente de ese pensar y sentir, y un consultor de su particular manera de expresión estética" A.L.C.

BIOGRAFIA:

Nació en azul el 22 de septiembre de 1882 falleciendo el 23 de octubre de 1952, su tumba esta en el cementerio único de azul, se caso con Emilia Bettinelli (1890 – 1989), de ese matrimonio nacieron 8 hijos.
En 1932 fundó, junto a los poetas María Alex Urrutia Artieda y Alfredo Rafaelli Sarandría, la "Agrupación Artística Maná". En 1952 creó la "Peña de Almas Pan" cuyo emblema, un corazón alado y una estrella en el centro, los identificó. Integrada por jóvenes que atraídos por su personalidad y bajo su influjo paternal, se reunían en su casa para reflexionar sobre el arte.

Alberto López Claro nació en Azul el 22 de septiembre de 1882. Su madre, Elvira Claro Pedernera (1853 - 1887), murió siendo él muy pequeño por lo que su padre, Manuel López González (1840 - 1927) debió hacer frente a la crianza de sus siete hijos.
Primer bibliotecario de la entonces Biblioteca Popular, actualmente "Bartolomé J. Ronco". Periodista e integrante de una Logia Masónica denominada "Logia Estrella del Sud" N° 23 junto a

Impulsado por su vocación docente comenzó a dictar clases particulares de dibujo, donde conoció a Emilia Bettinelli (1890 - 1989) con quien se casó en 1905 y tuvo ocho hijos de los cuales César López Claro y Claro Bettinelli, artistas plásticos de reconocida trayectoria nacional, encontraron en la Casona de Av. Mitre 410, hoy Museo.




fuente:  OlivaDry ex directoir del museo Lopez Claro
Bajado de Internet



                                    Alberto López Claro, surrealista 



Por Eduardo Agüero Mielhuerry

Alberto López Claro nació en Azul el 22 de septiembre de 1882. Sus padres fueron  Elvira Claro Pedernera (nacida en Azul en 1853) y Manuel López González (nacido en la aldea española de Castropol en 1840), quienes contrajeron matrimonio en 1870.
Alberto tuvo seis hermanos (dos más fallecieron a poco de nacer): Fernando (1871), Arturo (1874), Carlos (1875), Manuel (1877), Abelardo (1879) y Armando (1884).
Cuando Alberto era apenas un niño que comenzaba a descubrir el mundo, en 1887, perdió a su madre Elvira que falleció con tan sólo 34 años de edad. Desde entonces la vida de la familia no fue sencilla, sin embargo, el masón y polifacético Manuel -que hasta se convirtió en el primer bibliotecario de la Biblioteca Popular (hoy Bartolomé J. Ronco)- supo llevar adelante las más diversas actividades para cubrir las necesidades de sus hijos. Fue dueño de la Gran Peluquería Española, ubicada en la esquina Oeste de la avenida Comercio y Buenos Aires (actuales avenida Mitre y De Paula). Mas sus actividades no se limitaban solamente a la peluquería y barbería de caballeros, sino que en el mismo local también funcionaba una confitería con mesas de billar, y entre tanto oficiaba como periodista.
La pintoresca avenida Comercio, también llamada “Calle Ancha”, por aquellos años era testigo del bullicioso desarrollo de la comunidad. Decenas de negocios de los más diversos rubros funcionaban en ella y para finales de siglo se había convertido en un paseo sumamente transitado por los azuleños, tanto o más que el centro mismo del pueblo.
Era el espacio elegido para pasear y habitualmente en las tardecitas de verano las familias salían a la vereda a “tomar fresco”, acomodándose en artísticos bancos frente a sus casas. Y solían también disfrutar desfiles militares, corsos de flores, concursos de máscaras y bandas musicales.
Esa misma calle fue testigo de las correrías de los hermanos López Claro, en especial de Alberto que supo fascinarse con aquellas historias de “milicos” y pueblos originarios -muchos de los cuales habitaban aún en Villa Fidelidad y en las afueras del pueblo-, a los que haría parte sustancial de sus primeras obras.
Fue alumno de la Escuela Normal e impulsado por el afán con que su hermano mayor Fernando se había volcado al arte, Alberto decidió, como lo había hecho aquél, viajar a la ciudad de Buenos Aires para estudiar en la Academia Estímulo de Bellas Artes.
Para sostenerse económicamente realizó ilustraciones para diversas publicaciones porteñas, entre ellas el Semanario “El Infierno” (1902-1903). Sin embargo, no pudo culminar sus estudios por razones económicas y debió regresar a Azul con una considerable decepción, pero con un enorme bagaje de conocimientos que lo impulsaron a continuar por el complejo camino del arte.
Por una casualidad del destino conoció a la jovencita Emilia Betinelli, nacida en Azul el 25 de abril de 1890, hija de los italianos Ángel Betinelli y Melania Ferioli. Luego de un breve noviazgo, el 16 de enero de 1908, contrajeron matrimonio. Y pronto la familia comenzó a crecer; tuvieron ocho hijos: Evelina Elena (1908), Alberto Rubens (1909), Carlos (1911), César (1912), Hilda Blanca (1915), Saúl (1917), Emilia Elvira (1918) y Manuel (1920).           
Dotado autodidacta, a pesar de las vicisitudes económicas que supieron apremiarlo, gracias a su paso por la Academia de Estímulo de Bellas Artes comenzó a ejercer como docente en la Academia de Arte “Ministro Pinedo”(Escuela Normal), en el Colegio Nacional y en el Colegio Santa Teresa de Hinojo (Olavarría), dirigido por las Hermanas Misioneras Siervas del Espíritu Santo.
Cargado de una enorme sensibilidad, supo volcar en las telas diversos temas del pasado azuleño, principalmente todo lo referido a las luchas fronterizas y al mundo indígena con el que de alguna u otra forma había tomado contacto en su infancia y juventud. Así, desarrolló una riquísima etapa costumbrista en su carrera.
En los primeros años del deslumbrante siglo XX, conociendo los extraordinarios dotes que ostentaba Alberto, el general Francisco Leyría le solicitó a Alberto la concreción de una obra. Así nació el “Retrato del General Francisco Leyría”, que fuera realizado con una pintura clasicista y moderna. Por entonces también pintó varios autorretratos y “Retrato del general Esteban Pedernera” (que se encuentra en la Casa de Gobierno de la provincia de San Luis), “Retrato de María Aléx Urrutia Artieda”, “La mujer del pintor” (retrato de su esposa doña Emilia), “Retrato de niña” (su hija Emilia Elvira, “Lola”), entre otros.
También dejó rastros de su talento en diversas publicaciones ilustrando las portadas de Bernardino Rivadavia (1908), Juvenilla (1919), El Bachiller (1932), Unión Estudiantil y Rayitos (1935), y Maná (1939). Además fue autor de afiches, publicidades e ilustraciones especiales para actos conmemorativos, destacándose por ejemplo el afiche realizado para la “Semana de Azul” (Día de la Raza, 1918). 
Su paleta de colores, las escenas tan reales y vívidas planteadas, y esa nostalgia innata que se traslucía hasta en las escenas más aguerridas, le hicieron ganar pronto un considerable reconocimiento en nuestro medio.


Herederos de una pasión


Los ocho hijos de Alberto tomaron rumbos diferentes. Sin embargo, dos de ellos, al menos abiertamente, siguieron el camino de su padre… César inició sus estudios plásticos junto a su padre. En 1928 se trasladó a Buenos Aires donde completó su formación en la Escuela Nacional de Arte, teniendo como maestros a Emilio Pettoruti y Lino Enea Spilimbergo, entre otros. Su talento lo llevaría en 1966 a ganar el Gran Premio Internacional S.P.A. Bruselas, Bélgica; el Gran Premio de Honor del LXI Salón Nacional, y diversos premios nacionales, provinciales y municipales. En noviembre de 1990, en la ciudad de Santa Fe, inauguró el Museo López Claro, al que donó a la Municipalidad.
            Su hijo menor, Manuel, quien firmaría durante toda su carrera como Claro Bettinelli, también comenzó a estudiar pintura junto a su padre. Hacia 1950 se radicó en Buenos Aires donde concurrió a diversos salones nacionales y provinciales. Entre otros obtendría el Primer Premio Fondo Nacional de las Artes, Córdoba; Premio de la Crítica de Arte Salón de Morón; Primer Gran Premio Salón de La Plata; Primer Gran Premio Salón Italo Argentino de 1970. Integró el grupo “Seis Pintores de Hoy” realizando exposiciones en Galerías Velásquez y Van Riel y Museo Provincial de La Plata. En 1977 recibiría el Primer Premio del 66° Salón Nacional y el Gran Premio de Honor del Salón Nacional de 1983.
            Ellos provocaron una enorme satisfacción en Alberto, quien además, con el mismo orgullo que puede evidenciar cualquier padre que contempla el crecimiento de sus hijos, los acompañó y guió incansablemente.
            Sin embargo, todos aquellos años no fueron de absoluta felicidad pues se vieron atravesados por el dolor producido por una desgracia irremediable. En 1930, cuando tan sólo contaba con 19 años de edad, había fallecido Carlos López Claro. Toda la familia se sumió en una enorme tristeza; mas para Alberto, la muerte de uno de sus hijos sería un punto de inflexión, que lo llevaría a cambiar drásticamente su visión de la vida y hasta trastocaría su paleta de colores y su concepción pictórica.
Sin afanes de gloria, aislado de cualquier influencia foránea, se convirtió en dueño de un mundo de alegorías místicas, transformándose en un particular iniciador de la Tradición de los Misterios y del Superrealismo. Aquella fatídica ausencia lo llevó a preocuparse por el destino, por el irrefrenable ciclo de la vida y la muerte, tratando de develarlo, de descubrirlo y entenderlo. Así, impensadamente, comenzó a transitar por un sendero de profundos contenidos místicos a los cuales con ductilidad convirtió en hechos plásticos.


Pintores de sueños


El surrealismo o superrealismo es un concepto que proviene del francés surréalisme. Se trata de un movimiento literario y artístico que busca trascender lo real a partir del impulso psíquico de lo imaginario y lo irracional.
            El dadaísmo (que se opuso a la razón positivista y se rebeló contra las convenciones literarias burguesas) es el antecedente inmediato del surrealismo, cuyo primer manifiesto fue firmado en 1924 por el poeta y crítico literario francés André Breton, que entre otras cosas decía: “El surrealismo descansa en la creencia de una realidad superior de ciertas formas de asociación no tenidas en cuenta hasta hoy, de la omnipotencia del sueño, del proceso desinteresado del pensamiento. Tiende a arrasar definitivamente todos los mecanismos psíquicos restantes y a sustituirlos en la resolución de los principales problemas de la vida”.
El término surrealismo fue acuñado por Guillaume Apollinaire en 1917, cuando lo utilizó en el marco del programa que escribió para el musical “Parade”. Con el correr de los años, la noción experimentó diversos cambios y alteraciones.
Muchos han sido los artistas que se han convertido en auténticos referentes del surrealismo a lo largo de la historia. No obstante, entre todos ellos podríamos destacar, por ejemplo, al francés Marcel Duchamp que pasó a ser además un referente para el conocido movimiento pop. Entre sus obras más conocidas se encuentra “La fuente”. Tampoco hay que pasar por alto al español Salvador Dalí, uno de los mayores y mejores representantes del surrealismo que tiene tal vez como obra más significativa la que lleva por título “La persistencia de la memoria”.
De todas maneras, a pesar de no contar con el reconocimiento mundial, ni los recursos de los mencionados, Alberto López Claro supo construir su propio universo artístico en Azul, siendo un verdadero precursor en la materia.



El nacimiento de un nuevo artista

A partir de 1931, las obras de Alberto comenzaron a aparecer firmadas bajo el seudónimo de Claudio Lantier, nombre adoptado de la novela del francés Émile Édouard Charles Antoine Zola (1840-1902).
            Zola, íntimo amigo del pintor Paul Cézanne, escribió en 1886 L’Oeuvre (“La Obra”), novela en la que encarnó la figura de un pintor revolucionario, incomprendido, causa de burlas por parte de la burguesía parisina, rechazado en los salones de exposición y eterno disconforme con su arte, quien acaba suicidándose desesperado por la frustración. Ese personaje era Claudio Lantier.
            Muy posiblemente, Alberto se vio reflejado en muchos aspectos en la novela de Zola. Y aunque lejos estaría su pensamiento de acabar su vida con un suicidio, sin dudas sintió, palpó en primera persona, a la Muerte a través de la muerte de su hijo.
            Sin embargo, la vida siguió… Y su espíritu creador no se detuvo.
En la mañana del domingo 23 de octubre de 1932, en el Colegio Nacional, don Alberto, María Aléx Urrutia Artieda, el rector de esa casa Reynaldo G. Martín, su segundo Julio García Hugoni (oriundo de Bahía Blanca) y David Cordeviola, movidos por la misma inquietud, decidieron fundar una entidad de arte. Fue el propio Alberto quien propuso el nombre Agrupación Artística “Maná”. Esta institución se convirtió en un verdadero referente cultural de la ciudad que generó salones de arte, conferencias y talleres. Entre 1936 y 1942 editó la revista “Maná” que en su primer número señalaba: “desde esta revista de la Agrupación, invitamos a los escritores, en el deseo de que contribuyan al agrandamiento de la cultura azuleña. Ello provocará el acercamiento intelectual y dará margen a que sus producciones literarias se difundan (…)”. La publicación alcanzó un total de 30 números y entre sus colaboradores se destacaron Alfonsina Storni, Fermín Estrella Gutiérrez, Carlos Leiva, Bartolomé J. Ronco, Alfredo L. Palacios, Amado Nervo y Rubén Darío.
Durante muchos años dictó cursos libres de Dibujo y Pintura en la Escuela Nocturna, en la Biblioteca Popular y en Maná, como así también en su domicilio particular.
Junto a personalidades de la cultura azuleña como Santo Glorioso y María Aléx Urritia Artieda, formó parte del cuerpo de docentes de la Universidad Popular “José Hernández” -emplazada en el edificio que actualmente ocupa la Facultad de Derecho en la calle Bolívar entre Burgos y De Paula-, fundada por el filántropo coleccionista cervantista y hernandiano, doctor Bartolomé J. Ronco, en la cual dictó clases de dibujo.


El arte es esencia imperecedera


Alberto supo desenvolverse con soltura en el mundo del arte. Fue un noble ejemplo para sus hijos. Pero por sobre todo encontró en su mujer su más valioso respaldo. 
La figura de su esposa fue su más preciado respaldo. Doña Emilia desarrolló una infatigable actividad que estuvo estrechamente vinculada a los trabajos de su esposo, de cuya obra ella fue una parte invisible, pero indispensable, que alentó al hombre en su cotidiana labor.
Desde 1950, por tres años, y bajo el nombre de “Discurrimientos”, Alberto o Claudio Lantier comenzó a escribir reflexiones -que numeró del 1 al 184- de carácter filosófico y poético. Muchas de ellas son extensiones de sus cuadros. Esta tarea la llevó a cabo hasta su fallecimiento. La minuciosa dedicación y empeño puestos en estos escritos denotan la imperiosa necesidad de comunicarse y comprender el mundo. En muchos aspectos, “Discurrimientos” sirvió para asimilar la esencia de su obra, para entender su misterioso impulso melancólico, complejo y apesadumbrado por el devenir universal, pero esperanzado en los valores primordiales del alma. Allí, con una excelente caligrafía apuntó: “1- En todo ideal hay una trayectoria de flecha, desde el soñador arquero hasta la lejana estrella”; “5- El arte es esencia imperecedera”; “7- El secreto de la grandeza, en su verdadera acepción, de un pueblo, estriba en su capacidad creadora concurrente a conformar y a mantener un clima propicio al florecimiento de virtudes dignificadoras, de genios, de santos o de héroes.”. 
En el invierno de 1952 creó la “Peña de Almas Pan”, integrada por unos quince jóvenes atraídos por su personalidad y bajo su influjo paternal se reunían para reflexionar sobre el arte en su hogar. Aquella noche iniciática, tal vez la primera de las pocas que le quedaban para sus desvelos creativos, reveló ante los muchachos decenas de proyectos, ilusiones… No parecía tener 70 años de edad, porque tenía el ímpetu y la curiosidad de sus años mozos… En el titilar de estrellas y el movimiento grácil de suaves pinceles nació el emblema de esas almas: un corazón alado y una estrella en el centro.
Y aquella misma Avenida Mitre que lo vio nacer, esa que supo de sus alegrías y colores, un día lloró con toda la comunidad. El jueves 23 de octubre de 1952, poco después del mediodía, Alberto López Claro falleció repentinamente en su querido hogar. La capilla ardiente se montó en su propio domicilio, entre sus cuadros, ante la mirada absorta de familiares y amigos que en ese momento comprendieron que para él se acababa de revelar el misterio del infinito ciclo de la vida y la muerte. Claudio Lantier aún continúa preso en esa dualidad…


dibujo al lapiz Raul Gallardo












1 comentario:

  1. Qué buen informe. Estoy muy lejos de Azul en la geografía pero bien cerca en el corazón. Gracias.

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