sepulcro de Lopez claro
otra vista del mismo donde se distinguen los simbolos masonicos
simbolo masonico
el dintel presenta el símbolo del disco solar alado, asociado al Uraeus o serpiente divina.
"El artista que expone su producción al público, debe obedecer simplemente, libre de todo otro incentivo, a una necesidad íntima: hacer de ese público un confidente de ese pensar y sentir, y un consultor de su particular manera de expresión estética" A.L.C.
BIOGRAFIA:
Nació en azul el 22 de septiembre de 1882 falleciendo el 23 de octubre de 1952, su tumba esta en el cementerio único de azul, se caso con Emilia Bettinelli (1890 – 1989), de ese matrimonio nacieron 8 hijos.
En 1932 fundó, junto a los poetas María Alex Urrutia Artieda y Alfredo Rafaelli Sarandría, la "Agrupación Artística Maná". En 1952 creó la "Peña de Almas Pan" cuyo emblema, un corazón alado y una estrella en el centro, los identificó. Integrada por jóvenes que atraídos por su personalidad y bajo su influjo paternal, se reunían en su casa para reflexionar sobre el arte.
Alberto López Claro nació en Azul el 22 de septiembre de 1882. Su madre, Elvira Claro Pedernera (1853 - 1887), murió siendo él muy pequeño por lo que su padre, Manuel López González (1840 - 1927) debió hacer frente a la crianza de sus siete hijos.
Primer bibliotecario de la entonces Biblioteca Popular, actualmente "Bartolomé J. Ronco". Periodista e integrante de una Logia Masónica denominada "Logia Estrella del Sud" N° 23 junto a
Impulsado por su vocación docente comenzó a dictar clases particulares de dibujo, donde conoció a Emilia Bettinelli (1890 - 1989) con quien se casó en 1905 y tuvo ocho hijos de los cuales César López Claro y Claro Bettinelli, artistas plásticos de reconocida trayectoria nacional, encontraron en la Casona de Av. Mitre 410, hoy Museo.
fuente: OlivaDry ex directoir del museo Lopez Claro
Bajado de Internet
Alberto
López Claro, surrealista
Por Eduardo Agüero Mielhuerry
Alberto López Claro nació en Azul el 22 de septiembre de
1882. Sus padres fueron Elvira Claro Pedernera (nacida en Azul en 1853) y
Manuel López González (nacido en la aldea española de Castropol en 1840),
quienes contrajeron matrimonio en 1870.
Alberto tuvo seis hermanos (dos más fallecieron a poco de
nacer): Fernando (1871), Arturo (1874), Carlos (1875), Manuel (1877), Abelardo
(1879) y Armando (1884).
Cuando Alberto era apenas un niño que comenzaba a descubrir
el mundo, en 1887, perdió a su madre Elvira que falleció con tan sólo 34 años
de edad. Desde entonces la vida de la familia no fue sencilla, sin embargo, el
masón y polifacético Manuel -que hasta se convirtió en el primer bibliotecario
de la Biblioteca Popular (hoy Bartolomé J. Ronco)- supo llevar adelante las más
diversas actividades para cubrir las necesidades de sus hijos. Fue dueño de la
Gran Peluquería Española, ubicada en la esquina Oeste de la avenida Comercio y
Buenos Aires (actuales avenida Mitre y De Paula). Mas sus actividades no se
limitaban solamente a la peluquería y barbería de caballeros, sino que en el
mismo local también funcionaba una confitería con mesas de billar, y entre
tanto oficiaba como periodista.
La pintoresca avenida Comercio, también llamada “Calle
Ancha”, por aquellos años era testigo del bullicioso desarrollo de la
comunidad. Decenas de negocios de los más diversos rubros funcionaban en ella y
para finales de siglo se había convertido en un paseo sumamente transitado por
los azuleños, tanto o más que el centro mismo del pueblo.
Era el espacio elegido para pasear y habitualmente en las
tardecitas de verano las familias salían a la vereda a “tomar fresco”,
acomodándose en artísticos bancos frente a sus casas. Y solían también
disfrutar desfiles militares, corsos de flores, concursos de máscaras y bandas
musicales.
Esa misma calle fue testigo de las correrías de los hermanos
López Claro, en especial de Alberto que supo fascinarse con aquellas historias
de “milicos” y pueblos originarios -muchos de los cuales habitaban aún en Villa
Fidelidad y en las afueras del pueblo-, a los que haría parte sustancial de sus
primeras obras.
Fue alumno de la Escuela Normal e impulsado por el afán con
que su hermano mayor Fernando se había volcado al arte, Alberto decidió, como
lo había hecho aquél, viajar a la ciudad de Buenos Aires para estudiar en la
Academia Estímulo de Bellas Artes.
Para sostenerse económicamente realizó ilustraciones para
diversas publicaciones porteñas, entre ellas el Semanario “El Infierno”
(1902-1903). Sin embargo, no pudo culminar sus estudios por razones económicas
y debió regresar a Azul con una considerable decepción, pero con un enorme
bagaje de conocimientos que lo impulsaron a continuar por el complejo camino
del arte.
Por una casualidad del destino conoció a la jovencita Emilia
Betinelli, nacida en Azul el 25 de abril de 1890, hija de los italianos Ángel
Betinelli y Melania Ferioli. Luego de un breve noviazgo, el 16 de enero de
1908, contrajeron matrimonio. Y pronto la familia comenzó a crecer; tuvieron
ocho hijos: Evelina Elena (1908), Alberto Rubens (1909), Carlos (1911), César
(1912), Hilda Blanca (1915), Saúl (1917), Emilia Elvira (1918) y Manuel (1920).
Dotado autodidacta, a pesar de las vicisitudes económicas
que supieron apremiarlo, gracias a su paso por la Academia de Estímulo de
Bellas Artes comenzó a ejercer como docente en la Academia de Arte “Ministro
Pinedo”(Escuela Normal), en el Colegio Nacional y en el Colegio Santa Teresa de
Hinojo (Olavarría), dirigido por las Hermanas Misioneras Siervas del Espíritu
Santo.
Cargado de una enorme sensibilidad, supo volcar en las telas
diversos temas del pasado azuleño, principalmente todo lo referido a las luchas
fronterizas y al mundo indígena con el que de alguna u otra forma había tomado
contacto en su infancia y juventud. Así, desarrolló una riquísima etapa
costumbrista en su carrera.
En los primeros años del deslumbrante siglo XX, conociendo
los extraordinarios dotes que ostentaba Alberto, el general Francisco Leyría le
solicitó a Alberto la concreción de una obra. Así nació el “Retrato del General
Francisco Leyría”, que fuera realizado con una pintura clasicista y moderna.
Por entonces también pintó varios autorretratos y “Retrato del general Esteban
Pedernera” (que se encuentra en la Casa de Gobierno de la provincia de San
Luis), “Retrato de María Aléx Urrutia Artieda”, “La mujer del pintor” (retrato
de su esposa doña Emilia), “Retrato de niña” (su hija Emilia Elvira, “Lola”),
entre otros.
También dejó rastros de su talento en diversas publicaciones
ilustrando las portadas de Bernardino Rivadavia (1908), Juvenilla (1919), El
Bachiller (1932), Unión Estudiantil y Rayitos (1935), y Maná (1939). Además fue
autor de afiches, publicidades e ilustraciones especiales para actos
conmemorativos, destacándose por ejemplo el afiche realizado para la “Semana de
Azul” (Día de la Raza, 1918).
Su paleta de colores, las escenas tan reales y vívidas
planteadas, y esa nostalgia innata que se traslucía hasta en las escenas más
aguerridas, le hicieron ganar pronto un considerable reconocimiento en nuestro
medio.
Herederos de una pasión
Los ocho hijos de Alberto tomaron rumbos diferentes. Sin
embargo, dos de ellos, al menos abiertamente, siguieron el camino de su padre…
César inició sus estudios plásticos junto a su padre. En 1928 se trasladó a
Buenos Aires donde completó su formación en la Escuela Nacional de Arte,
teniendo como maestros a Emilio Pettoruti y Lino Enea Spilimbergo, entre otros.
Su talento lo llevaría en 1966 a ganar el Gran Premio Internacional S.P.A.
Bruselas, Bélgica; el Gran Premio de Honor del LXI Salón Nacional, y diversos
premios nacionales, provinciales y municipales. En noviembre de 1990, en la
ciudad de Santa Fe, inauguró el Museo López Claro, al que donó a la
Municipalidad.
Su hijo menor, Manuel, quien firmaría durante toda su carrera como Claro Bettinelli,
también comenzó a estudiar pintura junto a su padre. Hacia 1950 se radicó en
Buenos Aires donde concurrió a diversos salones nacionales y provinciales.
Entre otros obtendría el Primer Premio Fondo Nacional de las Artes, Córdoba;
Premio de la Crítica de Arte Salón de Morón; Primer Gran Premio Salón de La
Plata; Primer Gran Premio Salón Italo Argentino de 1970. Integró el grupo “Seis
Pintores de Hoy” realizando exposiciones en Galerías Velásquez y Van Riel y
Museo Provincial de La Plata. En 1977 recibiría el Primer Premio del 66° Salón
Nacional y el Gran Premio de Honor del Salón Nacional de 1983.
Ellos provocaron una enorme satisfacción en Alberto, quien además, con el mismo
orgullo que puede evidenciar cualquier padre que contempla el crecimiento de
sus hijos, los acompañó y guió incansablemente.
Sin embargo, todos aquellos años no fueron de absoluta felicidad pues se vieron
atravesados por el dolor producido por una desgracia irremediable. En 1930,
cuando tan sólo contaba con 19 años de edad, había fallecido Carlos López
Claro. Toda la familia se sumió en una enorme tristeza; mas para Alberto, la
muerte de uno de sus hijos sería un punto de inflexión, que lo llevaría a
cambiar drásticamente su visión de la vida y hasta trastocaría su paleta de
colores y su concepción pictórica.
Sin afanes de gloria, aislado de cualquier influencia
foránea, se convirtió en dueño de un mundo de alegorías místicas,
transformándose en un particular iniciador de la Tradición de los Misterios y
del Superrealismo. Aquella fatídica ausencia lo llevó a preocuparse por el
destino, por el irrefrenable ciclo de la vida y la muerte, tratando de
develarlo, de descubrirlo y entenderlo. Así, impensadamente, comenzó a
transitar por un sendero de profundos contenidos místicos a los cuales con
ductilidad convirtió en hechos plásticos.
Pintores de sueños
El surrealismo o superrealismo es un concepto que proviene
del francés surréalisme. Se trata de un movimiento literario y artístico que
busca trascender lo real a partir del impulso psíquico de lo imaginario y lo
irracional.
El dadaísmo (que se opuso a la razón positivista y se rebeló contra las
convenciones literarias burguesas) es el antecedente inmediato del surrealismo,
cuyo primer manifiesto fue firmado en 1924 por el poeta y crítico literario
francés André Breton, que entre otras cosas decía: “El surrealismo descansa en
la creencia de una realidad superior de ciertas formas de asociación no tenidas
en cuenta hasta hoy, de la omnipotencia del sueño, del proceso desinteresado
del pensamiento. Tiende a arrasar definitivamente todos los mecanismos
psíquicos restantes y a sustituirlos en la resolución de los principales
problemas de la vida”.
El término surrealismo fue acuñado por Guillaume Apollinaire
en 1917, cuando lo utilizó en el marco del programa que escribió para el
musical “Parade”. Con el correr de los años, la noción experimentó diversos
cambios y alteraciones.
Muchos han sido los artistas que se han convertido en
auténticos referentes del surrealismo a lo largo de la historia. No obstante,
entre todos ellos podríamos destacar, por ejemplo, al francés Marcel Duchamp
que pasó a ser además un referente para el conocido movimiento pop. Entre sus
obras más conocidas se encuentra “La fuente”. Tampoco hay que pasar por alto al
español Salvador Dalí, uno de los mayores y mejores representantes del
surrealismo que tiene tal vez como obra más significativa la que lleva por
título “La persistencia de la memoria”.
De todas maneras, a pesar de no contar con el reconocimiento
mundial, ni los recursos de los mencionados, Alberto López Claro supo construir
su propio universo artístico en Azul, siendo un verdadero precursor en la
materia.
El nacimiento de un nuevo artista
A partir de 1931, las obras de Alberto comenzaron a aparecer
firmadas bajo el seudónimo de Claudio Lantier, nombre adoptado de la novela del
francés Émile Édouard Charles Antoine Zola (1840-1902).
Zola, íntimo amigo del pintor Paul Cézanne, escribió en 1886 L’Oeuvre (“La Obra”),
novela en la que encarnó la figura de un pintor revolucionario, incomprendido,
causa de burlas por parte de la burguesía parisina, rechazado en los salones de
exposición y eterno disconforme con su arte, quien acaba suicidándose
desesperado por la frustración. Ese personaje era Claudio Lantier.
Muy posiblemente, Alberto se vio reflejado en muchos aspectos en la novela de
Zola. Y aunque lejos estaría su pensamiento de acabar su vida con un suicidio,
sin dudas sintió, palpó en primera persona, a la Muerte a través de la muerte
de su hijo.
Sin embargo, la vida siguió… Y su espíritu creador no se detuvo.
En la mañana del domingo 23 de octubre de 1932, en el
Colegio Nacional, don Alberto, María Aléx Urrutia Artieda, el rector de esa casa
Reynaldo G. Martín, su segundo Julio García Hugoni (oriundo de Bahía Blanca) y
David Cordeviola, movidos por la misma inquietud, decidieron fundar una entidad
de arte. Fue el propio Alberto quien propuso el nombre Agrupación Artística
“Maná”. Esta institución se convirtió en un verdadero referente cultural de la
ciudad que generó salones de arte, conferencias y talleres. Entre 1936 y 1942
editó la revista “Maná” que en su primer número señalaba: “desde esta revista
de la Agrupación, invitamos a los escritores, en el deseo de que contribuyan al
agrandamiento de la cultura azuleña. Ello provocará el acercamiento intelectual
y dará margen a que sus producciones literarias se difundan (…)”. La
publicación alcanzó un total de 30 números y entre sus colaboradores se
destacaron Alfonsina Storni, Fermín Estrella Gutiérrez, Carlos Leiva, Bartolomé
J. Ronco, Alfredo L. Palacios, Amado Nervo y Rubén Darío.
Durante muchos años dictó cursos libres de Dibujo y Pintura
en la Escuela Nocturna, en la Biblioteca Popular y en Maná, como así también en
su domicilio particular.
Junto a personalidades de la cultura azuleña como Santo
Glorioso y María Aléx Urritia Artieda, formó parte del cuerpo de docentes de la
Universidad Popular “José Hernández” -emplazada en el edificio que actualmente
ocupa la Facultad de Derecho en la calle Bolívar entre Burgos y De Paula-,
fundada por el filántropo coleccionista cervantista y hernandiano, doctor
Bartolomé J. Ronco, en la cual dictó clases de dibujo.
El arte es esencia imperecedera
Alberto supo desenvolverse con soltura en el mundo del arte.
Fue un noble ejemplo para sus hijos. Pero por sobre todo encontró en su mujer
su más valioso respaldo.
La figura de su esposa fue su más preciado respaldo. Doña
Emilia desarrolló una infatigable actividad que estuvo estrechamente vinculada
a los trabajos de su esposo, de cuya obra ella fue una parte invisible, pero
indispensable, que alentó al hombre en su cotidiana labor.
Desde 1950, por tres años, y bajo el nombre de
“Discurrimientos”, Alberto o Claudio Lantier comenzó a escribir reflexiones
-que numeró del 1 al 184- de carácter filosófico y poético. Muchas de ellas son
extensiones de sus cuadros. Esta tarea la llevó a cabo hasta su fallecimiento.
La minuciosa dedicación y empeño puestos en estos escritos denotan la imperiosa
necesidad de comunicarse y comprender el mundo. En muchos aspectos,
“Discurrimientos” sirvió para asimilar la esencia de su obra, para entender su
misterioso impulso melancólico, complejo y apesadumbrado por el devenir universal,
pero esperanzado en los valores primordiales del alma. Allí, con una excelente
caligrafía apuntó: “1- En todo ideal hay una trayectoria de flecha, desde el
soñador arquero hasta la lejana estrella”; “5- El arte es esencia
imperecedera”; “7- El secreto de la grandeza, en su verdadera acepción, de un
pueblo, estriba en su capacidad creadora concurrente a conformar y a mantener
un clima propicio al florecimiento de virtudes dignificadoras, de genios, de
santos o de héroes.”.
En el invierno de 1952 creó la “Peña de Almas Pan”,
integrada por unos quince jóvenes atraídos por su personalidad y bajo su
influjo paternal se reunían para reflexionar sobre el arte en su hogar. Aquella
noche iniciática, tal vez la primera de las pocas que le quedaban para sus desvelos
creativos, reveló ante los muchachos decenas de proyectos, ilusiones… No
parecía tener 70 años de edad, porque tenía el ímpetu y la curiosidad de sus
años mozos… En el titilar de estrellas y el movimiento grácil de suaves
pinceles nació el emblema de esas almas: un corazón alado y una estrella en el
centro.
Y aquella misma Avenida Mitre que lo vio nacer, esa que supo
de sus alegrías y colores, un día lloró con toda la comunidad. El jueves 23 de
octubre de 1952, poco después del mediodía, Alberto López Claro falleció
repentinamente en su querido hogar. La capilla ardiente se montó en su propio
domicilio, entre sus cuadros, ante la mirada absorta de familiares y amigos que
en ese momento comprendieron que para él se acababa de revelar el misterio del infinito
ciclo de la vida y la muerte. Claudio Lantier aún continúa preso en esa
dualidad…
dibujo al lapiz Raul Gallardo
Qué buen informe. Estoy muy lejos de Azul en la geografía pero bien cerca en el corazón. Gracias.
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