Ernestina Darhanpé,
infatigable
Por Eduardo Agüero Mielhuerry
Ernestina Francisca María Darhanpé nació en la
ciudad de Buenos Aires el 4 de octubre de 1882. Fue la quinta
y última hija del matrimonio conformado por Jules Romain Darhanpé y Marie Elene Esteguy, ambos de origen francés. Sus hermanos
fueron: José María y Eduardo Guillermo, ambos
uruguayos, y las porteñas Victoria Rosa y Justina.
La numerosa familia se instaló en
Azul a mediados de la década del ’80.
En 1898, la menor de los Darhanpé,
a los 16 años, egresó de la Escuela Normal como Maestra,
junto a Aurora Cano, Juana Gicolini, María M. de Islas, Isabel Merodio y Emma
Montes. De inmediato, en el mismo establecimiento, comenzó a ejercer como
docente.
Curiosamente,
Ernestina recién fue bautizada por el sacerdote Agustín Piaggio cuando era una
adolescente, el 1 de febrero de 1899. Esta demora estuvo dada a raíz del
manifiesto anticlericalismo de su progenitor, Jules Romain, pero para
entonces ya hacía un lustro que había fallecido.
El 9 de mayo de 1914, en la Iglesia
Nuestra Señora del Rosario de Azul, Ernestina contrajo matrimonio con Pedro
Malére.
Pedro había nacido en Azul el
27 de agosto de 1874. Era hijo del comerciante francés Alejandro Malére y María
Chayé. Graduado en la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires
con medalla de oro en 1897, inmediatamente comenzó a ejercer su profesión en la
función pública. Entre tantas, dirigió las obras ferroviarias a Bolivia. Empero
quiso la suerte que tras el fallecimiento de su padre, ocurrido en 1909, debió
regresar a Azul para administrar los negocios de su familia. Aquí conoció a la
que sería su esposa y madre de sus tres hijos: Alejandro María, José
María y Ernesto María.
El Ingeniero ejerció el cargo de Jefe de
la Oficina Técnica Municipal en forma ininterrumpida entre 1917 y 1922. Desde
esa función emprendió trabajos en distintas zonas de la ciudad, proyectó y
dirigió las compuertas del Parque Municipal y las obras de nivelación de ese
paseo y realizó un plano gráfico de la ciudad que fue editado en 1923.
Paralelamente, Ernestina fue
nombrada directora de la Escuela N° 1 “General San Martín” a
cuyo frente se hallaba hacia 1917. Luego fue nombrada en la Escuela
N° 17, establecimiento al cual durante su dirección se lo llamó “Bartolomé
Mitre”.
Tres a dos…
Los
cinco hermanos Darhanpé fueron personas muy destacadas en la sociedad azuleña.
De hecho, eran formadores de opinión y educadores. Y fue así como, de alguna
manera, la masonería y el catolicismo se los “disputaban”
José María y Eduardo eran miembros destacados de la Logia “Estrella del Sud” N° 25 de
Azul, que operaba libremente en nuestro medio.
Definida a sí misma como una
institución discreta de carácter iniciático, no religiosa, filantrópica, simbólica y filosófica, fundada en un sentimiento de fraternidad, la
masonería en general tiene como objetivo la búsqueda de la verdad a través de
la razón y el fomento del desarrollo intelectual y moral del ser humano, además
de su progreso social.
Azul le debió mucho de sus
progresos a los Hermanos masones, quienes eran hombres de raigambre dentro de
la comunidad. El Asilo Hiram (antecesor del Hospital
Municipal “Dr. Ángel Pintos”), el Parque Municipal “Domingo Sarmiento”,
la actual Catedral Nuestra Señora del Rosario, la Curtiembre y la Cervecería
“Piazza Hnos.”, la Biblioteca Popular (hoy “Bartolomé
J. Ronco), y tantos otros sitios de Azul son la evidencia palpable.
Y
los católicos -aquellos que tal vez por temor a los métodos ocultistas
persiguieron a los “herejes” Hermanos de la escuadra y el compás (símbolos por
excelencia de los masones)-, también supieron realizar diversas obras en
beneficio de la comunidad, preocupados por los niños huérfanos, los ancianos,
los menesterosos, los hambrientos y enfermos. Con el infinito perdón Divino,
con la caridad como bandera y el servicio al prójimo como ley, desde la iglesia
supieron encausar un sinfín de inquietudes propias, tendientes a mejorar la
calidad de vida de aquellos que tanto lo necesitaban en el Azul tan teñido de
contradicciones. Allí estaban las hermanas Victoria, Justina y,
principalmente, Ernestina, fieles colaboradoras de la Iglesia.
Una obra inconmensurable
Un grupo de damas que dirigía el Padre César
Antonio Cáneva, realizaba desde hacía algún tiempo la caridad
domiciliaria, visitando preferentemente los hogares con ancianos de menos
recursos. Entre ellas y los Vicentinos se repartieron la honrosa distinción de
llevar el consuelo caritativo a muchas familias postergadas por la injusticia y
las diferencias sociales.
Hacia marzo de 1921, la entonces
Sociedad “Pan de los Pobres”, emanada de la Pía Unión de San Antonio,
tenía a su cargo una humilde vivienda cerca del antiguo y ya desaparecido Hotel
Roma, en la Avenida Centenario (actual Av. Monseñor C. A. Cáneva), donde
funcionaba el conocido como “Asilo de Rey” (por el dueño del
edificio, don Constantino Rey –joyero, relojero y masón-) y donde las damas de
la Comisión se turnaban para atender a la decena de ancianos que allí
habitaban.
El número de ancianos socorridos se fue
elevando, haciendo pensar en la necesidad de mejorar y ampliar las
instalaciones para asistirlos. En consecuencia, el Padre Cáneva le encargó a la
Comisión buscar un terreno donde poder edificar un digno hogar.
El 4 de agosto de 1922 se realizó una
reunión –informal- de la Comisión en la cual se resolvió buscar un terreno
suficientemente amplio para edificar confortables instalaciones. Tenazmente, Ernestina
tomó las riendas del proyecto junto a su esposo, Pedro Malére.
Asimismo, Victoria respaldó con ahínco la labor abnegada de su hermana.
El primer Acta formal data del 22 de
diciembre de 1922 y en ella quedaron plasmadas todas las expectativas puestas
en el flamante proyecto. Luego de barajar varias posibilidades, Ernestina
comprometió su firma y sus bienes como garantía para obtener el crédito
bancario que se necesitaba para adquirir el terreno de dos manzanas
comprendido por las calles Rivadavia, Coronel Pringles, Alvear y General
Sarmiento, en pleno corazón del popular barrio “La Tosquera” (hoy
“Barrio Norte”).
Gracias a una donación anónima ($ 2.000
m/n) y a la ayuda de la comunidad, se juntaron los $ 5.000 m/n necesarios para
comprar el anhelado terreno. Sin embargo, nada fue sencillo y pronto quedó en
evidencia que el trabajo recién comenzaba. Así pues, para juntar fondos se
hicieron romerías, juegos, entretenimientos, remates de cosas usadas, etc.
El 7 de octubre de 1923, Día de la
Patrona del Azul, el Padre Cáneva bendijo la Piedra Fundamental del monumental
edificio proyectado ad honorem por Pedro
Malére.
El gran día…
A poco más de un año de iniciada la
tarea, trabajando sin pausa, bajo la estricta dirección de Malére, el pabellón
principal del Asilo se inauguró el 11 de noviembre de 1924.
Inmediatamente fueron trasladados los ancianos que estaban en el “Asilo de
Rey”, reduciendo inmediatamente los gastos que ocasionaba el alquiler de dicha
propiedad.
En breve, quedó concluido el complejo de
pabellones y no pasó mucho tiempo para que en aquellas dos manzanas se
incluyeran una huerta, una escuela, un templo, la casa parroquial y un comedor
escolar. Todo fue hecho por la Comisión administradora del Asilo de Ancianos
que presidiera, infatigable, durante muchos años, doña Ernestina.
Ella conocía los nombres de cada
anciano, controlaba el almuerzo y conversaba con cada uno de ellos, pues
consideraba que ellos no sólo necesitaban cobijo material, sino también un
sustento espiritual y compañía, sobre todo compañía. Cuando culminaba su
jornada laboral como docente, acompañada por su esposo y sus hijos, pasaba
varias horas en el Asilo colaborando y con sus propias manos acercaban el
alimento, los medicamentos o cualquier cosa que los asistidos necesitaran.
Por su parte, las Hermanas Azules tuvieron
a su cargo la sacrificada tarea diaria de dirigir y asistir a los internados,
como así también atender posteriormente la Capilla de Lourdes. Las religiosas
de la Congregación de la Inmaculada Concepción (diecinueve en total)
habían llegado a Azul el 17 de octubre de 1907. Por entonces habían sido
recibidas por la estoica y querida María Gómez de Enciso, presidenta de las
“Damas de Caridad del Sagrado Corazón de Jesús”, y el Padre César Antonio
Cáneva.
Así, con el impulso irrefrenable de éste
último, y el apoyo incondicional de diversas damas y azuleños en general, las monjas
lograron numerosas obras para el bienestar de la comunidad, labor que se
extendió en el tiempo por más de ochenta y cinco años…
Alrededor de 1930, con mucho esfuerzo, Ernestina
logró que se construyera sobre el mismo terreno un salón para los chiquitos de
edad preescolar. El establecimiento quedó a cargo de la señorita Rosario
Coronel, secundada por Victoria “Tita” Darhanpé de Furcate,
quienes trabajaban ad honorem.
Un año difícil
Al igual que su esposa, Pedro Malére
también ejerció la docencia, siendo profesor de Física y Química en el Colegio
Nacional. Asimismo, militó en las filas de la Unión Cívica Radical y en
la Acción
Católica, institución de la cual fue presidente.
Fue un compañero incondicional de
Ernestina. Junto a ella, supo entregarse plenamente a la caridad, bregando
siempre por educar en la Fe. Su deceso, que se produjo el 17 de agosto de 1933, fue
un golpe muy duro para la familia y para la comunidad, dado que era muy
estimado por su incansable labor.
Pero la vida siguió…
En un acta de 1933 rubricada por
Ernestina se lee: “Desde marzo hasta
ahora, muchas cosas han ocurrido, mis deseos eran reunirlas antes de esta
fecha, pero no me ha sido posible, el asilo sigue desempeñando su santa misión,
recoger ancianos chacosos, enfermos, sin cariño y sin hogar, albergarlos en su
seno, alimentarlos y proporcionarles las comodidades necesarias, siempre bajo
el cariño de las Hermanas Azules, encargadas de velar por ellos y hacerles
llevaderos los años de vida que aún les quedan y también el cariño nuestro que
pensamos en ello y en nombre de Dios y por ellos trabajamos. Bendito Señor, que
sigue tan generosamente proporcionando a este asilo, día a día su protección y
a pesar de la crisis y miseria, aquí se vive como antes, cobijados bajo el
caritativo manto de la misericordia de Dios. Nos ha visitado el inspector
general del Ministerio de Hacienda, señor Juan Gastaldi, revisó los documentos
que eran necesarios y me dijo que del asilo se llevaba la mejor de las
impresiones, expresó: ‘Señora, si en todas las sociedades, las cosas estuvieran
tan ordenadas como aquí, los inspectores estaríamos de más, o por lo menos,
nuestra terea sería sencillísima’.
Sin pausa hasta el final…
Aunque viuda, Ernestina siguió
con su lucha y actuó en numerosas obras de beneficencia siendo, asimismo, la
responsable de la construcción de la Capilla Nuestra Señora de Lourdes,
cuya Piedra Fundamental se colocó el 17 de agosto de 1935 (día del segundo
aniversario del fallecimiento de Pedro Malére) y se inauguró el 3 de mayo del
año siguiente, siguiendo los planos de Enrique Douellit y una ardua y veloz
obra de la Empresa “Toscano y Lattanzi” (cabe aclarar que la Gruta es una
obra posterior inaugurada el 11 de febrero de 1960, réplica de la existente en
Massabielle, Francia).
Ernestina hizo colocar debajo de la
estatua de la Virgen de Nuestra Señora de Lourdes, en la capilla, las letras
del alfabeto griego Alfa y Omega, porque creía que allí tenían
que darse la mano el principio y el fin de la vida, y de alguna manera también
evocaba las palabras de la Biblia: “Yo soy el Alfa y el Omega, dice el señor
Dios, aquel que es, que era y el que vendrá, el Todopoderoso”
(Apocalipsis 1:8).
A lo largo de su vida la
apuntalaron cuatro sentidos vocacionales que hicieron a Ernestina un ejemplo:
esposa, madre, maestra y benefactora de los humildes e infortunados.
A los 57 años de edad, Ernestina Francisca María Darhanpé de Malére
falleció en su domicilio de la Avenida Mitre N° 826, en Azul, la madrugada del 11 de
junio de 1940.
Tumba de la señora Ernestina Daranpe de Malere y su esposo Pedro Malere
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