La vida recuperando cautivos…
Rufino Solano (n.
Azul, 9 de abril de 1838 - m. Azul, 20 de julio de 1913), siguiendo los pasos
de su padre Dionisio por las milicias, comenzó sus servicios a la Patria en el
año 1855 en el Fortín Estomba, primero bajo las órdenes del teniente Perafán y
luego del capitán Ivanov. En 1858, fue licenciado y en 1864, con el grado de
subteniente de Guardias Nacionales a las órdenes del comandante Lora, estuvo
entre los fundadores de Olavarría.
En 1865, siguiendo
las órdenes de Benito Machado, jefe de la Frontera Sud y Costa Sud, viajó a las
tolderías de Calfucurá, para lograr algún pacto con él y evitar así un
inminente malón. La gestión de Solano fue eficaz y además logró regresar con
algunas cautivas.
En 1866 realizó
diversos viajes a las tolderías regresando siempre con algunos cautivos. Siendo
ascendido a Teniente 2º se instaló en el antiguo Fuerte de Blanca Grande.
Tres años más
tarde, Solano regresó a los toldos de Calfucurá para hacer nuevos pactos por
indicaciones del coronel coronel Francisco de Elías. El éxito de las gestiones
quedó en evidencia cuando Solano regresó con nada menos que treinta cautivas.
Hacia 1870,
ascendido a Teniente 1°, Rufino Solano continuó viajando incansablemente,
adentrándose en el “desierto” permanentemente. Sin embargo, desde entonces,
dada la compleja relación entre los indios y el Gobierno Nacional, la suerte de
Solano sería variable, empero ello no impidió que regresara al Fuerte Blanca
Grande con veinte cautivos. Cumpliendo con la palabra empeñada, inmediatamente
regresó a las tolderías desde Buenos aires con varios indios que habían sido
tomados prisioneros. Como muestra de gentileza, Solano llevó a los indios de
Calfucurá un número considerable de yeguas, por lo cual obtuvo como retribución
inmediata el retorno de otros cuarenta cristianos liberados.
Reconocido por el
Gobierno por sus invalorables gestiones, Rufino Solano fue ascendido a Capitán.
Durante la Guerra
del Paraguay, Solano pasó largas temporadas entre los indios, compartiendo la
vida de las tolderías, de donde siempre retornaba trayendo algunos cautivos que
con enorme paciencia iba obteniendo.
A pesar de todo,
siempre logró acuerdos y rescató cautivos.
El capitán Rufino
Solano intervino en numerosas batallas en defensa de los pueblos fronterizos,
enfrentándose al ataque de diversos malones (San Carlos de Bolívar, Azul,
Olavarría, Cacharí, Tapalqué, Tandil, Bahía Blanca, Tres Arroyos, etc.).
Junto al general
Ignacio Rivas, con el grado de capitán, participó en la feroz e encarnizada
batalla de San Carlos. En esta contienda, los indios, reconociéndolo, le
gritaban “¡Pásese Capitán!”.
Su intervención
en San Carlos no impidió que, al poco tiempo, se presentara nuevamente en la
propia toldería de del temible cacique Calfucurá, su contrincante vencido,
apodado “El Soberano de las pampas y de la Patagonia”, siendo casi un milagro
que no lo mataran; no solo ello, sino que al cabo de algunos días pudo
retirarse llevándose consigo decenas de cautivas a sus hogares.
Sintiéndose
morir, en la noche del 3 de junio de 1873, Calfucurá le indicó al Capitán
Solano que debía retirarse, porque sabía que luego de su muerte iban a
ejecutarlo junto con todas las cautivas. Así lo hizo, e inmediatamente luego
del fallecimiento del cacique, partió el malón a alcanzar al rescatador y las
cautivas: se escuchaban cada vez más próximos los aterradores alaridos de sus
perseguidores y cabalgando durante toda la noche, finalmente lograron salvarse
llegando a sitio seguro. Fue así como el capitán Rufino Solano fue el último
cristiano que vio con vida a este legendario Cacique. El cual, en sus últimos
instantes de vida, tuvo un gesto de majestuosa grandeza y generosidad.
Por esta
verdadera hazaña, el Capitán Solano fue recibido con admiración y gratitud en
Buenos Aires por el Arzobispo León Federico Aneiros, el Presidente de la
Nación, Domingo F. Sarmiento, y todo su gabinete. Monseñor Aneiros mandó a
colocar, en el Palacio del Arzobispado, una placa conmemorativa de este
singular suceso.
La Batalla de San
Carlos no fue el último conflicto entre “los indios” y “los blancos”, pero sin
dudas marcó un punto único de inflexión en la historia de la compleja relación
entre ellos…
Tiempo después de
la muerte de Calfucurá, el capitán Solano volvió a las tolderías siguiendo las
órdenes del ministro Adolfo Alsina y aunque con un poco más de esfuerzo cada
vez, siempre logró liberar un buen número de cautivos. En alguna oportunidad,
en Azul, delante de un buen número de gente, Alsina le dijo a Rufino Solano:
“Usted en su oficio es tan útil al país como el mejor guerrero…”.
Hacia 1880, el
general Julio A. Roca lo comisionó para recibir y conducir a Buenos Aires al
cacique Valentín Sayhueque.
El capitán Solano
murió en el Azul, anciano y pobre, pero rico en el eterno agradecimiento de
todos aquellos cautivos que gracias a su accionar recuperaron la libertad.
Tomado del Diario el Tiempo artículo de Eduardo Aguero Mielhuerry; sobre los nombres de las calles de Azul; "De las Cautivas"